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Un tercio de las personas con problemas respiratorios sufre situaciones de estrés

El coronavirus contribuye a disparar el miedo a que se agrave su estado de salud


Actualizado 9 de marzo de 2020 - 13:55 CET

En estos días en los que el coronavirus se ha convertido en el centro de atención a nivel mundial, no podemos olvidarnos de otras infecciones respiratorias, muy presentes en este tramo final del invierno y en el comienzo de la primavera. Catarros, gripes, bronquitis, asma bronquial… Dolencias que, según datos que aportan los profesionales de Nascia, pueden desembocar en cuadros de estrés y ansiedad, debido al incremento notable del miedo a que se agrave el estado de salud. Aunque son patologías que se dan tanto en la población adulta como la infantil, son los mayores quienes más sufren los efectos del estrés provocados por el empeoramiento en su estado de salud. Y con la irrupción del Covid-19, se espera que aumenten los casos de nerviosismo y ansiedad en personas con problemas respiratorios crónicos como el asma.

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Sensación de falta de aire

Teniendo esto en cuenta, nos preguntamos hasta qué punto una dolencia respiratoria en un paciente puede conllevar (o incrementar) un episodio de estrés o de ansiedad. “A nivel orgánico, la propia dificultad en la incorporación de aire al organismo nos produce incomodidad y cansancio por la escasez de oxígeno y el esfuerzo necesario para obtener el que logramos incorporar. A nivel cognitivo, nos produce sensación de ahogo y esta percepción de situación comprometida nos puede llegar a asustar por las consecuencias que imaginamos puede tener la falta de aire”, nos cuenta Valle Molinero, Codirectora del centro Nascia Retiro.

“Además, ante cualquier situación que nos pone nerviosos o nos asusta, independientemente de su origen y objetividad, nos ponemos bajo el control del sistema nervioso simpático, el llamado sistema de alarma o emergencia. Su activación implica una serie de cambios fisiológicos de los órganos controlados por el nervio vago, entre los que se incluye la tensión muscular o la respuesta cardiaca. Con una menor entrada de oxígeno en cada inspiración, el corazón se verá obligado a aumentar su frecuencia de bombeo para trabajar más deprisa y lograr así la oxigenación imprescindible del organismo, al menos de los órganos vitales, esto producirá vasoconstricción y el flujo periférico disminuirá, aumentando la presión arterial y las taquicardias”, añade la experta, que nos explica que corazón y cerebro se comunican constantemente a través de una doble vía: cuando el corazón late de manera coherente (incrementa su frecuencia durante la inspiración para repartir el oxígeno al organismo y disminuye su frecuencia para ahorrar energía durante la exhalación), este ritmo informa al cerebro para que reduzca las hormonas del estrés (cortisol) y aumente las del bienestar (serotonina).

Valle Molinero detalla que ante un estímulo de alerta (por ejemplo, falta de aire por causa de una dolencia respiratoria), el cerebro se activará y enviará señales al corazón y este latirá de manera rápida e irregular, el sistema se estará retroalimentando con información que indica “más peligro” y fortaleciendo el círculo vicioso del estrés, ya que percibiremos los síntomas de nuestro cuerpo: palpitaciones, sudoración, dificultad respiratoria… y generaremos más reacción fisiológica aún, superando los niveles iniciales y desencadenando una respuesta de pánico con un nuevo análisis cognitivo en el que la posibilidad del riesgo será aún mayor y así sucesivamente, hasta poder provocar un colapso físico.

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¿Y en el caso del coronavirus?

En el caso concreto del coronavirus, es comprensible que, ante una enfermedad que sigue planteando tantas incógnitas, los pacientes respiratorios estén especialmente preocupados. “Efectivamente, el paciente con dificultades respiratorias sabe que el coronavirus agravará su dolencia y que las complicaciones pueden tener consecuencias fatales. A la percepción de la falta objetiva de oxígeno y a la dificultad en el mecanismo de la respiración y la respuesta de retroalimentación, se le añade la información que todos manejamos de la rapidez de propagación y de la gravedad para las personas con patologías previas. La información, en este caso, aumenta la percepción del peligro, pero es imprescindible para que sigamos las recomendaciones realizadas por las autoridades competentes. A las que debemos añadir entrenamiento para aumentar nuestras defensas”, nos explica. Y nos detalla que con la activación del sistema nervioso simpático se ven afectados los sistemas digestivo, nervioso, cardiovascular y muscular, también se ve aumentado el riesgo de depresión, ansiedad, fatiga, trastornos digestivos, aumenta el riesgo de accidentes cardiovasculares y los bajos estados de ánimo, predispone para el empeoramiento de todo tipo de enfermedades y debilita el sistema inmune. Cabe esperar, por lo tanto, que con el proceso inverso, con la desactivación del simpático, se revierta el círculo vicioso y se mejore el sistema digestivo, nervioso, cardiovascular, muscular y se fortalezca el sistema inmune, lo que protegerá a nuestro organismo frente a los posibles virus externos.

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Meses en los que se multiplican las alergias

Llegan, además, meses en los que se hacen más presentes los casos de alergias, que suelen incrementarse en primavera. ¿Cómo deben gestionar estos pacientes estos episodios de estrés y de ansiedad para que no se agraven? “Las alergias son reacciones inmunológicas específicas del organismo hacia sustancias que normalmente son inofensivas y no afectan a la mayoría de la población, pero ante las que determinados organismos reaccionan como peligrosas. Entre otros síntomas, con la alergia se presentan dificultades respiratorias, exceso de mucosidad, falta de sueño y pérdida de apetito, como sucede con las dolencias respiratorias", explica la experta de Nascia. Así, se dan situaciones en las que se incorpora menos oxígeno del necesario, existe falta de descanso y de nutrientes, y hay una sensación de malestar que nuevamente retroalimenta el círculo del estrés. "Un entrenamiento que permita controlar la respuesta fisiológica del estrés y que facilite la respiración, revertirá el círculo vicioso, el malestar se convertirá en bienestar y los síntomas de la alergia se reducirán”, nos cuenta.

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Recursos para reducir el estrés

Tenemos, por lo tanto, que buscar recursos extra para intentar mitigar esos episodios de estrés. “El estrés es mucho más que un mecanismo de defensa ante estímulos potencialmente nocivos es el mecanismo automático que todo ser vivo tiene para relacionarse con el ambiente que le rodea. Es la reacción ante el frío y el calor, ante la humedad y la sequía, ante los depredadores y ante las situaciones que nos pueden poner en peligro en general, como las enfermedades. Una buena alimentación, una buena higiene del sueño, un poco de ejercicio físico y un entrenamiento adecuado para reconocer los primeros síntomas de activación fisiológica nos ayudarán a controlar nuestros niveles de activación antes de que alcancen valores demasiado elevados. Para alcanzar este control bastarán unos sencillos ejercicios de tensión y relajación muscular y entrenamiento de amplitud respiratoria y variabilidad cardiaca con biofeedback, el entrenamiento disminuirá los niveles de cortisol y aumentará los de serotonina. Al igual que la percepción de la tensión alimentaba el círculo vicioso del estrés, la percepción de la relajación alimenta el 'círculo virtuoso' del bienestar”, concluye la experta.

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