El paso del tiempo es el gran enemigo de la piel. Y contra el que no podemos competir, puesto que, inevitablemente, acaba imponiendo sus reglas. El sol es otro de los enemigos. Contra él sí podemos protegernos, por ejemplo, usando fotoprotectores y evitando abusar de la exposición al astro rey. Otros hábitos que pueden perjudicar nuestra piel son el consumo de tabaco, de alcohol, no comer bien o abusar de alimentos procesados. Hay más agentes dañinos, de los que no siempre somos conscientes, que también provocan un envejecimiento prematuro y, en caso de sufrir problemas cutáneos como la dermatitis atópica, empeoran su pronóstico.
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Cómo afectan tus hábitos
Nuestros hábitos pueden mejorar o empeorar el estado de la piel, señalan expertos de Cigna, quienes han elaborado una serie de recomendaciones para conservar nuestra salud dermatológica.
Cuidado con la pantalla del teléfono móvil. La utilización de estos dispositivos puede contribuir a la mala salud de nuestra piel de dos maneras: por la suciedad que almacena la pantalla, que puede llegar a tener 18 veces más bacterias que un WC, y por la luz azul que proyectan los dispositivos móviles y ciertas pantallas. Este tipo de luz activa unas encimas llamadas metaloproteinasas, que aceleran la destrucción del colágeno dérmico, que es la proteína que da turgencia y tensión a nuestra piel. Además, esta luz provoca mayores efectos de estrés oxidativo, lo que puede provocar un mayor envejecimiento y pigmentación.
¿Vuelas demasiado? Ojo con la piel. El transporte en avión perjudica la dermis y agrava patologías ya existentes como puede ser la rosácea. La disminución de la humedad que se produce en la cabina de los aviones puede llegar a situarse por debajo del 10%, generando una deshidratación del estrato córneo. Además, otro de los factores más perjudiciales durante los vuelos es la exposición al aire acondicionado y los cambios de presión, que puede favorecer la aparición de enrojecimiento, e incluso acné, en personas especialmente sensibles.
Cambios de temperatura. Durante el invierno la piel sufre sequedad, tirantez, descamaciones y rojeces, provocados por el frío y el viento. Los cambios bruscos de temperatura contribuyen a romper el equilibrio hídrico óptimo de la barrera cutánea, y la falta de oxígeno y de nutrientes que hace que aumente la sensibilidad y sequedad del rostro. Por el contrario, las temperaturas altas pueden favorecer los brotes de eczemas o psoriasis.
Cuidado con las almohadas y fundas. Los textiles con los que está fabricada la ropa y artículos de cama son materiales que pueden acumular muchas bacterias. Estas telas absorben la grasa, las células muertas y los microorganismos de la piel y el cabello, y pueden llegar a provocar una irritación en la piel o la aparición de espinillas debido a su uso diario. Por eso, en el caso de que se sufra dermatitis, acné o pelo graso, es importante extremar las medidas de higiene y cambiar frecuentemente la ropa de cama (si es posible, dos veces a la semana).
Vivir en la ciudad. Una mala calidad ambiental acelera el envejecimiento cutáneo, lo que puede conllevar consecuencias graves en la salud y bienestar. Así, los niveles altos de polución provocan una reducción de los niveles de vitamina E, C y de los antioxidantes naturales de la capa córnea. Todo ello provoca una disminución del oxígeno a los tejidos, de forma que la barrera cutánea se altera y se favorece la deshidratación y la aparición de manchas.
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Las rutinas que te embellecen
Si todos estos hábitos, gadgets o artículos del hogar perjudican gravemente la salud de la piel, hay rutinas que, por el contrario, la conservan. Hablamos de costumbres tan sencillas como comer sano, hacer ejercicio, protegerse adecuadamente del sol y evitar hábitos nocivos como el tabaco o el alcohol.
Asimismo, visitar al dermatólogo para realizar una revisión, al igual que acudimos para la salud visual o dental, contribuirán a mejorar la salud de la piel y prevenir la aparición de problemáticas cutáneas.
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