El ser humano se encuentra en un viaje constante en busca de la felicidad. Sentirnos plenos y realizados, saber que las piezas del puzle encajan y que todo lo que nos rodea está en orden suele producir en el cerebro impulsos eléctricos que se traducen en una sensación de paz y bienestar. Cuando las cosas empiezan a fallar, solemos frustrarnos, enfadarnos y en algunos casos deprimirnos. El miedo, la ansiedad, la ira, el asco y la tristeza son reacciones y sentimientos de carácter negativo, pero necesarias, ya que cumplen una función preparatoria y adaptativa para el individuo en relación a su ambiente.
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En muchos casos estas emociones pueden convertirse en una patología psicológica clínica que requiera de un tratamiento específico por parte de un especialista. No obstante, esto solamente se produce cuando la persona acaba perdiendo la conciencia y aparecen problemas de carácter adaptativo, donde las emociones negativas acaban interfiriendo de manera significativa en el individuo provocando un malestar constante o de relativa frecuencia que también puede trasladarse al plano físico. Pero tener este tipo de reacciones, abrazarlas y reconocerlas por lo que son sin caer en un bucle de negatividad, resulta muy positivo de cara a la supervivencia del individuo en sociedad. Por eso, es importante tener la capacidad de modificar este tipo de conductas y ser conscientes de cómo afectan a nuestra calidad de vida.
Fomentar la resiliencia
Existen numerosos estudios que reafirman esta teoría. De hecho, los expertos aseguran que las personas que siempre tienen una vida plena acaban desarrollando otro tipo de sensaciones, como apatía o aburrimiento, tienden a disfrutar menos de los aspectos positivos o esenciales de la vida y tienen un menor desarrollo cognitivo, ya que no se ven en la necesidad de pensar o plantearse según qué cosas. Además, esto nos permite aprender a valorar 'lo bueno' y diferenciarlo de 'lo malo', mientras nos ayuda a conocernos a nosotros mismos y nos enseña las herramientas necesarias para resolver y hacer frente con mayor facilidad a las posibles situaciones complicadas que encontremos en el camino, fomentando así nuestra capacidad de resiliencia.
En este sentido, la literatura científica existente en lo referente a este aspecto, como por ejemplo el libro de los psicólogos Todd Kashdan y Robert Biswas-Diener, The Power of Negative Emotion (El poder de las emociones negativas), coincide en la idea de que debe existir una balanza entre lo positivo y lo negativo, ya que ayuda y contribuye a alcanzar el equilibrio mental.
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Fundamental en el plano social y comunicativo
Por otro lado, en la mayoría de los casos, compartir este tipo de experiencias emocionales acaba resultando saludable y beneficioso a nivel psicológico, ya que reduce el trabajo que supone la inhibición, mientras que fomenta la creación de una red de apoyo social para la persona afectada. Algo fundamental para el ser humano, donde la comunicación es un pilar fundamental para su desarrollo, como ser social que es.