Sabemos que las sectas no hacen distinción entre raza, edad o clase social. Se estima que en España hay alrededor de 200 organizaciones que funcionan como tal y cerca de 600 mil personas están atrapadas por alguna de esas sectas.
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¿Cómo nos convertimos en víctimas de estas organizaciones?
La Real Academia Española (RAE) define a las sectas como una “doctrina religiosa o ideológica que se aparta de lo que se considera ortodoxo. No es equiparable a una religión, es cerrada y aunque aparente promover un carácter espiritual se ejerce un absoluto poder y control sobre sus adeptos.”
En el año 2014, el grupo de Derivas Sectarias y la Asociación Iberoamericana para la investigación del abuso psicológico realizaron un documental llamado ‘Sectas’ en el que se abordaban los motivos y los perfiles que llevan a una persona a convertirse en ‘especialmente atractiva’ para integrar una de estas organizaciones.
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Según esta investigación, existen un patrón que podría unir los diferentes perfiles, la insatisfacción personal. Los jóvenes, sobre todo inteligentes y con formación académica, suelen ser tentados por las sectas por su capacidad productiva. No buscan personas sin estudios o con conductas violentas, fuera de la ley o rebeldes, sino jóvenes con rasgos obsesivos que buscan algo distinto: cambiar una realidad concreta, que se los valore o un espacio que resulte familiar.
En los adultos, especialmente entre los que rondan los 40 años, la crisis de la mediana edad hace mella. Son personas que necesitan canalizar esa situación y encontrar algo que los motivos y los ilusione. Suelen ser personas con baja autoestima, carencias afectivas y con problemas familiares. Los adultos que buscan permanentemente un refugio, un líder o una referente para poder sobrellevar sus días, se convierten en un objetivo fácil de captar.
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La autoestima como protección y defensa ante estos grupos
En la actualidad, las sectas ya no prometen conexiones extraterrestres, ni contactos con seres especiales, el siglo XXI las encuentra actualizadas y ofreciendo aquello que el hombre moderno no encuentra en instituciones como la iglesia, la familia o la educación. Lo peor que podemos enseñarle a una secta es nuestra inconformidad generalizada y la baja autoestima que profesamos.
Una persona que no cuestiona lo establecido, las promesas o las palabras sin fundamento pierde su capacidad de razonamiento y se exhibe vulnerable ante aquellos que buscan adeptos. Los grupos sectarios conocen muchas técnicas disuasivas (sino todas) que los convierten en ‘la respuesta que esperamos’. Los primeros acercamientos son amistosos, agradables, de una profunda conexión y entendimiento. Es en ese momento donde el nivel de nuestra autoestima se convierte en un factor clave. Puede detectar la adulación desmedida y las segundas intenciones o, por el contrario, sentirse totalmente persuadida por las falsas promesas y ese reconocimiento de la valía personal que no reciben en otro lado.
La violencia que profesan muchas sectas, las prohibiciones y el alejamiento social se produce en una segunda etapa, cuando la persona ya está convencida de su elección. Todos somos posibles víctimas de una secta, cuando buscamos ayuda de pareja en chamanes o gurúes, cuando nos sentimos excluidos y rechazados, cuando estamos atrapados en una realidad que no nos gusta o simplemente al buscar nuevas experiencias espirituales. Lo mejor que podemos hacer para prevenir esta situación es fortalecer nuestro espíritu crítico, ser nalíticos y observadores y, por supuesto, pedir ayuda psicológica.