Cuando nuestra autoestima falla, tenemos demasiados problemas o estamos desilusionados por malas experiencias, la empatía que tanto nos caracteriza puede verse afectada.
La empatía, esa capacidad para ponernos en los zapatos de otra persona, es un proceso por el cual comprendemos a una persona de manera indirecta, es decir, sin tener la misma experiencia en ese momento, pero siendo capaces de imaginarla. Mediante la observación somos capaces de entender a los demás.
La empatía puede fluctuar a lo largo de la vida
Ser una persona empática no una condición genética, ni un rasgo innato de la personalidad. El consenso al respecto es total, la empatía depende de cada individuo, se sus habilidades sociales y de qué tanto es capaz de asumir esa condición. Por lo tanto, cuando atravesamos momentos personales delicados o complejos, la empatía puede mermar o por el contrario aflorar aún con más intensidad. No existe un patrón común, porque se considera una condición personal.
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Si eres una mujer empática y te sientes con la autoestima baja o notas que ya no confías en ti, no te desesperes si no logras ponerte en el lugar de los demás con la misma facilidad que lo hacías antes, cuando te sentías bien. Tal vez es momento para llevar la energía hacia ti y a la manera de salir adelante. Algunas conductas, propias de una situación que nos produce dolor, son humanas, aunque no por ello deseadas. “Por qué me ocurre esto a mi”, “fulanito tiene una vida perfecta y a mi ocurre esto, a los demás nada”, son pensamientos que pueden surgir en un momento de angustia. Si eres una persona empática, esos pensamientos desaparecerán enseguida, siempre que sigas trabajando esas actitudes propias de las personas que saben comprender la situación ajena.
Escuchar y no juzgar
Puede suceder todo lo contrario al ejemplo anterior y que una situación personal compleja te vuelva, todavía, más empática. Cuando escuchamos más de lo que hablamos, cuando evitamos dar consejos que no nos han pedido, estamos descubriendo que existen problemas más graves que los nuestros. Dejarse llevar por la emoción y no tanto por los pensamientos preestablecidos o los juicios conformados con anterioridad, demuestran compasión y empatía.
El cariño, las muestras de afecto y la compañía ayudan a las personas que están sufriendo y se vuelve a nuestro favor si estamos atravesando un mal momento. La empatía es esa clase de conducta que suele generar más empatía. Comienzas por ponerte en el lugar de otro, pero terminas por quitarte prejuicios personales y etiquetas limitantes. La empatía nos da un perspectiva del mundo muy diferente y ese poder es transformador en lo personal, pero también en lo grupal. ¡Es contagiosa!
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La socialización como pieza clave de la empatía
Cuando atravesamos un momento de baja autoestima tenemos menos ganas de salir o de mantener nuestra vida social. Aunque depende la personalidad y las causas que lleven a desarrollar un pensamiento negativo o débil de nosotros mismos, es habitual que sintamos ganas de recluirnos. La socialización es una herramienta fundamental para desarrollar la empatía, porque nos permite estar en contacto con otras realidades y problemáticas. Cuanto más conocimiento tengamos de otras vidas, situaciones, culturas y religiones, más nos adentramos en la postura empática. Somos capaces de razonar, diferenciar y distinguir necesidades personales, condenas sociales, estereotipos y prejuicios. Pasar un tiempo recluidas no te hace menos empática, pero te aleja de un sentimiento que genera solo cosas positivas en ti.
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