Seguir una dieta correcta, hacer ejercicio y gozar de bienestar emocional son tres pilares que definen un estilo de vida saludable. Así mismo, alimentación y emociones son dos conceptos estrechamente relacionados. Ya hemos tenido ocasión de verlo en artículos anteriores, como en el que abordamos la alimentación intuitiva (aprender a escuchar nuestro cuerpo) o el hambre emocional (por qué comemos para callar lo que sentimos). Nuestro estado de ánimo afecta a la manera en que nos alimentamos y, a la vez, cómo nos alimentamos afecta a cómo nos sentimos. Encontrar un equilibrio saludable es, por tanto, fundamental para tener una relación positiva con la comida y con nosotros mismos.
Relación entre comida y emociones
Hay muchos aspectos psicológicos que intervienen en la rutina de comer. Por ejemplo, las personas que han vivido etapas de escasez tienden a volcar en la comida ese trauma pasado, incluso, agasajan a los demás como signo de cuidado o agradecimiento. También condiciona cómo hayas aprendido a relacionarte con la alimentación en tu infancia, lo que hayas visto en casa o cómo sea tu propia personalidad, pues por naturaleza hay personas que son más ansiosas o impulsivas que otras.
Saber dónde está el límite también es un factor a tener en cuenta. Muchas personas no saben distinguir cuándo han ingerido lo suficiente como para que nuestro cuerpo funcione y tienen que llegar a tener sensación de pesadez para darse por satisfechos. En estos casos, no existe una conexión real entre el cuerpo, la mente y las emociones o acuden a la comida para suplir carencias emocionales. Se llenan porque algo les falta.
Cuida de tu bienestar interior
En esta relación entre comida y emociones hay muchas caras. Se puede comer por ansiedad, por falta de motivación, baja autoestima, malestar sentimental… y estados como el estrés o la tristeza también se pueden reflejar en la alimentación. Por ese motivo, cuanto mejor sea nuestro estado emocional mejor comeremos, pues lo haremos con conciencia plena, estando en el presente, dedicándonos al acto en sí. Cuando uno come de manera emocional, lo que está buscando es una ‘recompensa’, que a su vez puede verse como castigo y vicia aún más en círculo. ¿Cómo poner freno?
Es interesante buscar esas recompensas en otros espacios, por ejemplo, y muy recomendable, en un paseo, en bailar o en 30 minutos de ejercicio en el gimnasio. Meditar, practicar mindfullnes, tener por costumbre dedicar unos minutos a respirar profundamente o practicar rutinas en las que trabajes cuerpo y mente (como el yoga o el pilates) son algunas de las prácticas que pueden ayudarte a favorecer el bienestar emocional.
Sin olvidar, claro está, la labor de un experto psicólogo, que podrá profundizar en aquellas dificultades, traumas o conflictos internos que no te permiten ese bienestar. No olvides que la obesidad, la diabetes y otras enfermedades metabólicas pueden partir de desequilibrios en la alimentación propiciados, precisamente, por problemas emocionales.