Enfadarse es una situación, por lo general, pasajera, pero si ese malestar se convierte en algo constante es porque lo que era algo manejable, ha pasado a ser una situación cotidiana en nuestro día a día. Quizá aún no te hayas preguntado ¿por qué estoy siempre enfadado?, pero, posiblemente, la clave ya te haya llegado por parte de familiares o amigos, quienes a través de un 'chascarrillo' te hayan convertido en el nuevo ‘cascarrabias’ de la familia o del grupo. Muchas veces esta situación se da con nuestro entorno familiar o laboral. Estamos enfadados "con el mundo", "con la vida" o incluso con nosotros mismos. Los expertos hablan de frustración detrás de cada disgusto ya que no somos capaces de controlar una situación o a alguna persona. Pero estas pequeñas explosiones de mal humor pueden ser hasta saludables, siempre y cuando el origen sea algo razonable.
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El malestar puede expresarse mediante gritos, tensión y con ser siempre críticos con los demás, incluso, descalificándonos a nosotros mismos. Pero además de estas actitudes, el enfado también se manifiesta físicamente a través, por ejemplo, de problemas digestivos, dificultad para conciliar el sueño y, cómo no, el mítico ceño fruncido. Cuando esto perdura en el tiempo, lo que se esconde tras ello es un asunto pendiente con nosotros mismos, algo que hay que resolver y que, al ser algo ya normalizado, necesitará de la ayuda de un profesional. ¿Qué nos pasa y cómo resolverlo?
Frustración al no aceptar una situación
La frecuencia con la que nos enfadamos nos da una pista clara de nuestra capacidad de tolerancia y aceptación. Hay que averiguar qué produce nuestro enfado. Si la respuesta es 'todo' es obvio que necesitamos ayuda de un terapeuta. Si, por el contrario, la causa es algo que va más allá de las nimiedades, esto nos indica que algo falla en nuestra inteligencia emocional. Nuestras propias inseguridades pueden hacer que en situaciones de lo más corrientes podamos sentirnos incómodos al tener cierta sensación de inferioridad. Si nuestra reacción es desproporcionada, hay que buscar las herramientas que nos ayuden a afrontarlo con la normalidad que requiere.
Asuntos pendientes
No resolver situaciones, postponerlas, también nos genera un malestar que derivará en ese enfado recurrente, aún cuando el resto de las cosas vayan bien. Hay que vencer esa pereza que nos da solucionar algunos temas y decantarnos por la tranquilidad de tenerlo todo “solucionado”.
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Insatisfacción por no haber cumplido con nuestros ideales
Idealizar las cosas, en base a expectativas que nada tienen que ver con la realidad, es otro de los puntos que agudiza este enfado crónico. Es muy complicado materializar estos sueños que suelen ser 'o blanco o negro' sin ninguna gama de grises y son característicos de personas muy perfeccionistas. Lo mejor para afrontar y deshacernos de nuestra frustración es ser realistas, replantearnos estos ideales con un nuevo punto de vista y, sobre todo, trabajar esa personalidad perfeccionista, que no nos deja ser felices.
Autorechazo
Es recomendable hacer un ejercicio con nosotros mismos, encontrarnos con una versión nuestra de hace diez años o con un nosotros de la infancia y preguntarnos ¿qué le diríamos? ¿qué consejos le daríamos para que las cosas en el futuro fueran diferentes? Serán nuestras respuestas las que nos den la clave para trabajar y cambiar las cosas.
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Estrés
Como no podía ser menos, el estrés crónico afecta de una manera notable al estado de ánimo. Incluyendo a los optimistas y a las personas más alegres. La ira se manifiesta cuando el estrés hace acto de presencia provocando una manifestación del enfado sin un motivo aparente. Estar estresado afecta a la mente y, obviamente, al estilo de vida por lo que la irascibilidad está más a flor de piel que de costumbre. Hacer ejercicio y tratar de relajarnos aunque sea por un corto espacio de tiempo puede acabar con nuestro estrés y, por tanto, con nuestro enfado.