La Navidad es sinónimo de excesos. Aunque ya queda menos para que las fiestas lleguen a su fin, llevamos acumulados varios días de comilonas y descontrol en la dieta que pueden pasar factura a nuestro cuerpo. Además de los asados y de los platos caseros más tradicionales, los dulces y los procesados –muy calóricos, ricos en grasas saturadas y azúcares refinados- están a la orden del día en nuestros menús navideños, con las consecuencias que provocan para la salud. Lo cierto es que es muy difícil resistirse a ellos y una vez que comienzas ya no puedes parar puesto que están específicamente diseñados para crear adicción, entonces ¿cómo no caer en la tentación? ¿es posible frenar este impulso?
Científicos de la Universidad de Georgia parecen haber dado con la clave al identificar un circuito específico en el cerebro que altera nuestro impulso a la hora de comer, lo que abriría la posibilidad de desarrollar terapias que ayuden a las personas a controlar su alimentación. Una excelente noticia que supone un gran avance en la lucha contra la obesidad, una de las grandes epidemias de nuestro tiempo.
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La impulsividad no tiene nada que ver con el hambre
El estudio, publicado recientemente en la revista Nature, expone que hay una fisiología subyacente en el cerebro que regula la capacidad de decir no a la alimentación compulsiva. Para llegar a esta conclusión, los investigadores analizaron la hormona concentradora de melanina (MCH), un tipo de transmisor que se desarrolla en la región del hipotálamo y que conlleva a la ingesta excesiva de alimentos. A través de varios experimentos con ratas, demostraron que la impulsividad está separada del hambre y de la motivación alimentaria.
Las ratas tenían que presionar una palanca para recibir una bolita rica en grasas y azúcares. El animal tenía que esperar 20 segundos para poder volver a presionarla y si lo hacía antes de tiempo tenía que esperar 20 segundos más. En otra tarea, podían elegir entre dos palancas: una liberaría un regalo único inmediato y la otra lanzaría un lote de cinco golosinas, pero cada 30-45 segundos. Sin embargo, los roedores presionaron la palanca para el tratamiento individual con más frecuencia que la otra palanca, a pesar de que habría entregado mucha más comida.
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Vía abierta a un posible tratamiento
Aunque todavía no se dispones de la tecnología para corregir la impulsividad, entender que existe una vía que altera la impulsividad alimentaria sin afectar las propiedades gratificantes de los alimentos abre la puerta a la posibilidad de trabajar en el desarrollo de una pastilla que ayude a controlar este impulso de comer ultraprocesados y alimentos refinados, aseguran los expertos. Asimismo, los hallazgos sugieren que esto podría conducir a tratamientos farmacológicos para tratar otras afecciones relacionadas con el comportamiento impulsivo, como la adicción a las drogas o el juego.