La frustración es un sentimiento tan individual como complejo de interiorizar. Cada persona la siente según el grado de madurez y evolución personal que haya alcanzado y de acuerdo al esfuerzo que realice por asumirla.
Es sencillo detectar la ira, el enfado, la tristeza, incluso el dolor. Lo sientes y te resulta imposible no asumirlo, sin embargo, descubrir las causas que provocan estas emociones no son tan fáciles de vislumbrar, porque suele provocar que volvamos a conectar con aquello que no ha salido como esperábamos. La frustración es eso, no poder controlar el desenvolvimiento de algo en lo que teníamos muchas expectativas. La buena noticia es que tiene que ver con un comportamiento adquirido, por lo tanto, modificable.
La frustración como aprendizaje
La frustración es una emoción que está presente desde los primeros años de la vida. El niño, por su condición de infante, pretende tener todo lo que quiere, en cualquier momento y lugar. Muchas veces, cuando no lo logra, esa sensación de impotencia desencadena una rabieta, es una forma de canalizar la decepción que siente. Con los adultos ocurre lo mismo. Los expertos aseguran que, al menos una vez al día, estamos en contacto con una pequeña frustración. La capacidad de gestionarla depende de cada persona, de las herramientas que posea como individuo, de cómo haya sido educada y de la intención que tenga. Reconocer lo límites ayuda a saber gestionar estas emociones.
Si la frustración está relacionada con cosas del pasado, debes centrarte en el presente. Nada puedes hacer para cambiar el pasado, por lo tanto removerlo, sólo actualiza el dolor y la sensación autoinculpatoria de no haber podido hacer nada para evitarlo. Son respuestas mentales, que poco suelen tener de verosímiles.
Hay que evitar que la sensación de frustración se enquiste, que no perdure en el tiempo. Si así ocurriera podría transformarse en una baja autoestima, en sentimientos de inferioridad o en actitudes destructivas. Practica asumir tu pequeña frustración cotidiana para mensurar luego el grado de desilusión y decepción que cada situación merece.
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Convive con la frustración
Para aprender a tolerar la frustración tienes que reconocerla y conocerla. Puedes permitirte ese malestar, eres humana y si las cosas no hay salido como esperabas, es normal que sientes una profunda decepción. Parte del poder resiliente que ofrece esta emoción es la de convertirla en un aprendizaje para nuevas experiencias.
El aprendizaje que podemos obtener de los errores es muy basto. En el camino de la tolerancia hacia eso que no ha salido como esperabas, te descubres, te reconoces ante situaciones de presión y aprendes de los fallos para nuevas experiencias. Conviertes la tolerancia a la frustración en resiliencia, en el motor que te inspira a tomar impulso para proponerte nuevas metas.
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Es una actitud se puede desarrollar y modificar
Es la buena noticia, si la respuesta a la frustración es un hábito adquirido y aprendido, con algo más de esfuerzo podemos revertirlo. Para comenzar este cambio debes ser saber que no todo lo podemos controlar. Aquello que te excede, que no depende de ti, de debería frustrarse.
Sé abierta y flexible, así como fijarse objetivos es indispensable para que el grado de expectación sea adecuado, poder modificar plazos o resultados, hace que la tolerancia esté presente desde que comienzan la andadura. Ser realista ayuda a que te fijes metas que están a tu alcance. Lo mismo ocurre con el plazo, si tienes una meta a largo plazo, puedes plantearte pequeños objetivos a cumplir durante ese lapso. Si quiere adelgazar, por ejemplo, 10 kilos sabes que te llevará varios meses. Proponte bajar de peso con regularidad, tantos kilos por mes o ser constante en la actividad física.
Por último, es importante saber diferenciar la reacción a la respuesta. La reacción es algo emocional, probablemente inmediato. La respuesta es como asumes y te enfrentas la frustración. Si tienes estos dos conceptos presentes, sabes que puedes permitirte reaccionar ante ella de una manera y responder de otra.
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