A priori parece sencillo distinguir lo que es fantasía de lo que es realidad. Los dragones, los unicornios, los duendes… somos capaces de saber que solo existen en un mundo irreal dibujado por la imaginación, por ejemplo. Pero esa distinción no es tan nítida en nuestro día a día, en la manera en que percibimos el mundo o nos relacionamos con los demás. Hemos 'aprendido' que estos estos seres forman parte de cuentos o películas gracias a nuestra experiencia pasada y así lo hemos registrado en nuestra mente. Por tanto, esta da una respuesta clara e inmediata si nos preguntamos a qué esfera pertenecen. Así funcionamos, así rebajamos la incertidumbre y así somos capaces de dar un paso detrás de otro, porque nuestra mente nos asegura y recuerda, por pura experiencia, que es lo acertado.
Distinguir entre fantasía y realidad
Sin embargo, nuestro yo mental no entiende de emociones, solo de conexiones lógicas, de hipótesis comprobadas. Y eso puede traicionarnos. Cada uno tiene una percepción de la realidad particular, sesgada por lo vivido, sus antecedentes, por su manera de involucrarse con el entorno y sus proyecciones. Una simple prueba, pide a dos personas diferentes que te describan un mismo lugar; se fijarán y enfatizarán cosas distintas, hay quien pasará por alto incluso elementos que para otro son imprescindibles en la descripción. Igual que vemos ese lugar concreto vemos el mundo cada día, en cada momento, condicionados por nuestros propios registros.
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En una relación de pareja, en la que se comparte un espacio, unas inquietudes, un afecto, esta dualidad puede traer algún que otro problema. La convivencia puede generar suposiciones o conjeturas, que no siempre se corresponden con la realidad del otro. Un gesto raro, una actitud distante, un determinado comportamiento por una de las partes puede generar toda una ola de suposiciones en la otra. ¿Ya no me querrá? ¿Esto lo habrá hecho porque está enfadado? ¿Por qué ya no me propone salir a cenar? La mente comienza a hacerse preguntas que necesita responder inmediatamente. No puede no saber, tiene que rellenar ese espacio de incertidumbre. Y lo rellena tirando de experiencia y de pasado.
De esta manera, autocompleta la respuesta y deja de preocuparse por encontrar alternativa. En ese momento activamos una nueva actitud que reacciona a esa respuesta y nos coloca en una posición que puede que esté enormemente alejada de la verdadera realidad. Entramos en bucle, la fantasía nos come y enquistamos un problema que igual ni existe.
Verificar la realidad
¿Cómo? Preguntando. No dejes que tus condicionantes mentales te boicoteen. Si surge un interrogante expresa tu necesidad de saber a tu pareja antes sacar tus propias conclusiones. Nuestro cerebro tiende a simplificar por supervivencia pero el mundo real, en el que además de mente somos cuerpo y emoción, es mucho más complejo. En palabras del divulgador David del Rosario: "Cuando asumes que aquello que piensas solo es una propuesta de tu cerebro, tus pensamientos dejan de ser un hecho".
Para poder trabajar en este sentido, es importante que te coloques en el presente, en el aquí y el ahora, pues es lo único que importa. A partir de ahí, identifica las fantasías, los prejuicios, lo que llega condicionado de la mente y déjalo de lado. Sé responsable de tu necesidad de saber y pregunta, pasa a la acción. Solo de esta manera podrás contactar con lo real y hacerte cargo de las consecuencias.