La relación que mantenemos con la comida es un vínculo emocional difícil de explicar. A veces, ni siquiera sabemos con exactitud qué buscamos cuando comemos. Sí, has leído bien, qué buscamos cuando comemos. Desde la psicología se plantea que nos alimentamos por distintos motivos y el que nos parece más importante, como el de tener hambre, no es el principal.
Cada alimento proporciona un nutriente diferente a nuestro organismo. Seguramente hayas sentido ganas de comer chocolate o un plátano o algo de queso. Si esto te sucede a menudo, puede que tu cuerpo esté expresando con hambre el nutriente o vitamina que le hace falta. Dejando de lado esta situación en la que recurrir al médico es lo más recomendable. El acercamiento a la comida puede darse por diversos motivos que justifican los kilos de más.
Comer por tristeza
Es una de las formas más habituales, junto con la de comer por ansiedad, que aplicamos. El chocolate, las nueces y los frutos rojos son algunos de los productos que mejoran el estado de ánimo. Sin embargo, el efecto placebo en muchos casos, aparece ante el primer bocado.
El chocolate negro, sin azúcares añadidos, ayuda a segregar cortisol, una de las hormonas que intervienen en las situaciones de estrés. Pero también lo hacen algunas verduras de hojas verdes como el kale, la acelga y las espinacas, que contienen ácido fólico y vitaminas A,B y C. A la hora de darnos un capricho no solemos pensar en un bocadillo de acelga para animarnos sino en un trozo de chocolate. En ocasiones, la tristeza no es más que una excusa para comer aquello de de otra manera no haríamos.
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Comer como consuelo emocional
Esta situación es frecuente tanto en adultos como en niños y adolescentes. La comida es utilizada como un sustituto de afecto. A través de lo que ingerimos canalizamos la falta de amor o la sensación de ésta y la reemplazamos por alimentos. Los más consumidos en esos momentos son los saturados en grasas, comidas rápidas y fritos.
Cuando la obesidad infantil no responde a un problema médico, esta es la siguiente causa más común. También es llamado hambre emocional y no siempre responde a una verdadera necesidad física de alimentarse.
No solo las emociones negativas canalizamos con comida, a menudo, las celebraciones y los festejos están motivados también por esta necesidad. Una cena familiar nos lleva, con frecuencia, a comer y beber más de la cuenta. Las reuniones con amigos hacen que bebamos casi al son de la conversación.
Cuando a los niños se los acostumbra a que la comida es una motivación aprendén a relacionarse de esta manera con ella. Si al pequeño que llora le regalamos una piruleta, asocia de manera inconsciente, que eso calma su tristeza.
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Comer por aburrimiento
¿Quién no comió un balde repleto de palomitas en el cine? Paradójicamente, incluso antes de comprobar que podemos aburrirnos, compramos comida. La atesoramos como un bien preciado que nos permite, llegado el caso, despejarnos hundiendo la mano entre las cientos de palomitas templadas. Fuera del cine es difícil que tengas antojo de palomitas, pero una película sin ellas sería como estar a medias.
Comer mientras esperamos un turno, cuando estudiamos, cuando tenemos que hacer tiempo. Si logras diferenciar entre el hambre físico o verdadero y el hambre emocional o inducido por alguna motivación tendrás ganada la mitad de la batalla contra los kilos.
Observa antes de acercarte a la comida los motivos por los que vas a comer. Cuando te acostumbres a detectarlos verás que la relación con la comida no es directamente proporcional y que, en ocasiones, no es más que un mecanismo que sabotea nuestras intenciones, por no hablar de la salud.
Culpa, remordimiento y responsabilidad
Cuando comas por aburrimiento, pena o de manera social, es importante que controles las emociones de culpa y remordimiento que aparecen con el correr de las horas. No obstante, sí conviene que te comprometas de manera responsable y evites, siempre que puedas, que vuelva a ocurrir.
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