Fracasar nos da miedo. Y siempre nos esforzamos por salir airosos de todo aquello que nos propongamos. Y si no obtenemos el resultado que deseamos, tratamos de ocultar que hemos fallado. Incluso nos sentimos avergonzados. Pero en culturas como la estadounidense el fracaso se premia. Es más, en los departamentos de recursos humanos se ve con buenos ojos que las personas hayan tenido fracasos. Puesto que esto significa que también ha habido iniciativas. Eso sí, después de caerse hay que levantarse.
“En una sociedad como la nuestra, que identifica el éxito con la felicidad, ser capaces de aceptar e incluso cultivar aquello que hacemos fatal puede ser transformador”, asegura Karen Rinaldi, editora y autora del libro Hazlo fatal, pero hazlo igualmente (ed. Urano). La escritora estadounidense nos invita a una reflexión: “buena parte de nuestra vida social gira en torno a esconder nuestros aspectos menos brillantes o negar que existen siquiera. Estamos tan orientados al éxito y a la recompensa que olvidamos dejar espacio para cultivar nuevos intereses. Y, cuando fallamos, muchos de nosotros dejamos de intentarlo. ¿Qué pasaría si renunciáramos a la necesidad de ser admirados o compensados y aceptáramos que todos hacemos cosas mal?”.
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¿Fracasas tú o tu expectativa?
“Fracasar es bueno, principalmente, porque ningún experto en nada lo ha conseguido probando a la primera. Cada vez que no cumplimos nuestras expectativas, mejoramos. Siempre que nos tomemos el fracaso desde un perspectiva de aprendizaje, podemos ir dando pequeños pasos para conseguir nuestras metas", señala el psicólogo Jesús Matos, director del centro de psicología 'En equilibrio mental'.
También no hay que perder de vista que los fracasos suelen ser subjetivos, no objetivos. "Esto tiene más que ver con no cumplir nuestras expectativas. Es muy probable que los demás no vean nuestro fracaso igual que nosotros, incluso, pueden tener una opinión totalmente opuesta a la nuestra", recuerda.
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Clave para aprender del fracaso
En primer lugar, "debemos aprender a gestionar las emociones: sentirse triste, frustrado, tener miedo, etc., es totalmente normal. Hay que aprovechar ese impulso para aprender y ver en qué fallado, y preguntarse qué se puede hacer para mejorar.", señala el experto.
Por ejemplo, si tenemos que hablar en público es muy probable que la primera vez no nos salga como esperamos. Podemos ponernos nerviosos, titubear, nos temblará la mano… En estas circunstancias, es probable que lo magnifiquemos, ya que los demás puede que no se hayan dado ni cuenta. Para aprender de ello "hay que tomar nota, revisar las expectativas, puesto que pueden ser desmedidas y aprender qué se puede hacer para mejorar y que la próxima vez que nos enfrentemos a una situación similar el resultado sea más satisfactorio", sugiere Matos.
Por otro lado, “tras un fracaso hay que introducir pequeños cambios”, afirma. Es decir, si nos hemos propuesto empezar a correr, tenemos que tener muy claro que nuestro referente no puede ser aquel que corre maratones, puesto que la distancia entre mi yo real y el ideal es demasiado grande. No nos vamos a poder a identificary lo único que vamos a obtener es sufrimiento”, recuerda el especialista en psicología.
En cambio, si nos proponemos correr hasta que nos cansemos o dejemos de disfrutar, estaremos introduciendo un pequeño cambio que supondrá un antes y un después. Además, estas pequeñas modificaciones requieren una inversión conductual muy baja y el retorno es muy alto. Es decir, ganamos más de lo que esperamos. Por el contrario, si tenemos expectativas muy altas, nos sentiremos frustrados muy pronto.
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Qué aprender del fracaso
“Todo depende de cómo enfoquemos el fracaso. Si lo hacemos desde una perspectiva constructiva nos ayuda a ser más resilientes, es decir, más resistentes ante las adversidades. También nos pueden enseñar a ser más pacientes. Pero lo que sin duda nos enseña el fracaso es la tolerancia a la frustración”, explica Jesús Matos.
Esta es la habilidad que mejor predice el éxito en la vida. Ser capaz de tolerar y de posponer el premio, entender que debemos sacrificarnos en el presente para lograr un beneficio en el futuro nos ayudará en nuestra vida.
Para ilustrarlo, Jesús Matos concluye recordando un estudio realizado en niños de entre ocho y nueve años en los años 70 sobre este aspecto. En el trabajo se les daba una golosina pero se les decía que si esperaban y no se la comían durante cinco minutos tendrían dos en vez de una. “Es muy divertido porque ves cómo los pequeños desarrollan todo tipo de estrategias para no comérsela”.
Treinta años después de realizar esta investigación se volvió a contactar con los participantes y se vio que aquellos que esperaron y no se comieron la golosina, es decir, tenían más tolerancia a la frustración, en la actualidad tienen más éxito.
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