Comprar menos te hará más feliz
Asociar ir de compras a sentirnos felices es algo muy habitual en la sociedad actual. Pero la forma de alcanzar la felicidad no está, por suerte, en el uso que hagamos de la tarjeta.
Desde hace tiempo las empresas de márketing enfocan con fuerza sus campañas hacia el bienestar emocional que nos va a suponer la adquisición de su producto, aunque no resulte fácil, en principio, asociar una batidora o un champú a algo parecido a la felicidad.
Esta actitud por parte de las agencias de publicidad y las marcas tiene todo el sentido del mundo, porque el acto de comprar algo que nos gusta o nos resulta atractivo activa un sistema de recompensa en el cerebro. Ahí es donde se genera una sensación que podría parecerse a la felicidad (de hecho así la llamamos), y que en realidad está más cerca de la satisfacción. Es algo así como un fogonazo, como un placer de corta duración, pero lo suficientemente intenso como para que queramos repetir (y repetir, y repetir).
De hecho, la adición a las compras es en realidad una adición a esa cadena de recompensas, a una búsqueda de momentos de felicidad que aparecen, duran poco, y desaparecen hasta que realizamos un nuevo cargo en la tarjeta de crédito.
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No mires hacia fuera para buscar la felicidad
La realidad es que los humanos, como especie, no estamos diseñados para vivir en un estado de continua felicidad. Conviven en nuestro interior muchas otras emociones y no todas son, ni mucho menos, positivas. Pero vivimos en una sociedad que nos ha arrojado a una búsqueda constante de la felicidad, que la ha convertido en la expresión de un buen status, y que niega en cierto modo emociones tan necesarias en nuestra vida como la tristeza.
Las adquisiciones materiales, desde ropa hasta coches o casas, y la acumulación de experiencias como viajes o conciertos parecen demostrar al mundo (y a nosotros mismos) que somos felices.
Pero la felicidad, la buena, la que realmente queremos experimentar no se consigue comprando. No es una meta a la que debamos llegar buscando fuera de nosotros un camino que no existe y que alguien se inventó que estaba vinculado al consumo. No es necesario que compres para ser feliz. Puedes hacerlo, pero no es necesario y no te va a proporcionar nada que te ayude a acercarte a una verdadera felicidad. Eso no quiere decir que puedas comprar por gusto ese vestido que no necesitas pero que te sienta de maravilla, y experimentar el placer que supone salir de la tienda con él en la bolsa. Pero sí es importante saber que no va a proporcionarte una felicidad más duradera que la experimentas en una tarde con amigos, un rato de lectura o un paseo por el campo.
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Ser feliz, cuando toca, está únicamente en ti
Las emociones parten de nuestra interior y, aunque se manifiesten externamente, es ahí donde debemos aprender a gestionarlas si queremos tenerlas bajo control o hacer que florezcan. Ninguna emoción puede sernos impuesta por el márketing ni por la sociedad, como ocurre con la felicidad; del mismo modo que no se puede negar una emoción por los mismos motivos, que es lo que suele ocurrir con la tristeza (pero también con el enfado o el miedo). No debemos caer en esa trampa, que tarde o temprano solo nos traerá infelicidad y frustración.
Aceptar tus emociones negativas te acerca más a ser feliz que comprarte un coche nuevo. Porque cuanto antes aceptes que no puedes ser feliz siempre, antes dejarás de buscar opciones que no funcionan, como comprar sin otro objetivo que este, y podrás empezar a aceptar y a entender la montaña rusa emocional que nos toca vivir. Y que eso también es felicidad.
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