Vivimos en un mundo que parece funcionar solo cuando va a toda velocidad. Asociamos rapidez a eficacia, y nos cuesta creer que la lentitud y la calma sean sinónimos de éxito en la vida. Pero lo cierto es que es momento de rescatar el refrán de decían nuestros padres y abuelos, “vísteme despacio que tengo prisa”.
Es cierto que sacarle partido a las posibilidades que tiene nuestro cerebro, y permitir que desarrolle su agilidad y efectividad es muy importante, y puede traernos numerosos beneficios. Según el psicólogo Daniel Kahneman, ganador del Premio Nobel en Economía, necesitamos tanto pensar despacio como pensar deprisa para desarrollar al máximo nuestras capacidades como especie.
Según Kahneman el pensamiento rápido es emocional e intuitivo, nos supone poco esfuerzo y nos permite sobrevivir como especie. El pensamiento lento, en cambio, nos define como humanos porque es racional. Ambas formas de pensamiento conviven en nosotros, con sus ventajas en inconvenientes, pero la que exige más trabajo es la que forma de pensar despacio, porque no es intuitiva, y necesita que aprendamos a llevarlo a cabo de la mejor manera posible.
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El arte de aprender a no precipitarse
Saber ir despacio es todo un arte, y entenderlo así es el primer paso que tenemos que dar para lograrlo. La rapidez es contagiosa y nos hace creer que la lentitud es algo negativo, propio de personas torpes. Por eso, hasta que no entendamos la importancia que tiene la lentitud en determinados aspectos y momentos de la vida no seremos capaces de desarrollarla con todas sus virtudes.
Aprende a dejar a un lado el ritmo frenético cuando sea necesario y párate en aquellas cosas que requieren hacerse de la mejor manera posible, no lo más rápido posible. Distinguir qué parcelas de nuestra vida requieren un ritmo más lento se consigue cuando somos capaces de reconectar con nosotros mismos y escucharnos.
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Deslígate de la cultura de lo instantáneo
Lo instantáneo, un mal de nuestro tiempo que nos atrapa en el ansia de la inmediatez, no es lo mismo que marcarse un objetivo. El problema es cuando queremos alcanzar la meta aquí y ahora, pasando por alto todos los procesos naturales y necesarios para llegar.
La clave está en disfrutar del viaje, del camino, y saber descubrir qué cosas no debemos acelerar, tanto para hacerlas mejor como para poder degustar y apreciar cada paso que damos. Intenta sustituir la prisa por el relax y el silencio, y verás como aquello que estés haciendo se impregna de efectividad y de disfrute. Y olvídate de anticipar: un paso solo te puede llevar al siguiente, sea cual sea la meta final.
Revisa tu relación con el tiempo
Piensa durante unos segundos en qué supone el tiempo para ti, y es posible que descubras que es más negativa de lo que imaginabas, porque lo más habitual es que tengamos la sensación de que el tiempo nos falta en todo momento. Unas veces porque tenemos poco para cumplir con todas nuestras obligaciones del día a día, y otras porque cuando llega la hora del descanso también sentimos que el tiempo que se nos ha otorgado es insuficiente.
Organiza tu tiempo en función de las verdaderas prioridades y guarda cada día unos momentos que sean solo para ti y en los que la prisa quede completamente a un lado.
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