La empatía es una cualidad muy necesaria para relacionarnos de manera plena con las personas que nos rodean, ya que nos permite ponernos en la piel de los demás para entender cómo se sienten, ya sea a nivel emocional o de dolencia física. Las personas empáticas tienen una gran sensibilidad y, en principio, no se las considera calculadoras ni frías.
En cambio, ser una persona calculadora no goza de muy buena fama en nuestra sociedad, ya que se tiende a pensar que estamos ante alguien insensible, que nunca nos va a entender de verdad y que, si pudiera, utilizaría nuestras emociones y nuestra fragilidad para pasarnos por encima en el caso de que fuera necesario.
Ser empático no siempre es bueno
La empatía es, sin duda, algo muy positivo en nuestra vida. Cuando hablamos de una persona empática imaginamos a alguien sensible, que sabe escuchar, generoso, y que sabe mostrar estas virtudes en el trato directo.
Leer: ¿Te gustaría ser una persona más flexible?
Aunque también es cierto que la empatía puede ofrecernos algunos puntos que pueden resultar menos agradables, asociados a su gran sensibilidad. Por ejemplo, pueden sentirse heridos u ofendidos con facilidad, porque su forma de sentir puede convertirles, en ocasiones, en personas susceptibles.
Y del mismo modo que se contagian de las emociones positivas con mucha facilidad, lo mismo ocurre con las negativas, que son capaces de absorberlas sin poner casi filtro. Si eres una persona empática y estás cerca de alguien que esté pasando por un periodo de estrés o de ansiedad, tendrás que hacer grandes esfuerzos para que esas emociones no se acumulen en ti.
Por eso, las personas empáticas deben guardarse muy bien de los vampiros emocionales, porque para ellos son como un contenedor en el que vaciar toda su energía negativa. Cuando se es empático hay un primer momento en el que parece que no vamos a poder escapar a las poderosas emociones de estas personas-vampiros, pero para eso sale en nuestra ayuda la capacidad de tener la mente fría, y hacer que el interés por los demás no perjudique nuestro propio bienestar.
Leer: Viajar sola, una oportunidad de autodescubrirte
Ser calculadora no es tan malo
Tendemos a pensar que una persona calculadora es fría en sus emociones y, por supuesto, nada empática con las emociones de los demás. Y si es posible que no expresen de un modo muy directo y claro cómo se sienten, pero eso no quiere decir que no tengan emociones grandes y auténticas, y que no sepan comunicarlas cuando lo crean necesario.
Que una persona sea calculadora se refleja, más que en su forma de sentir, en su forma de pensar, que tiende a ser más pragmática y estructurada que la de otras personas. Eso las lleva sopesar las situaciones, no tanto con frialdad, sino con la objetividad suficiente para saber si es conveniente dejarse llevar por las emociones y expresarlas de manera abierta, o mejor buscar otro espacio o momento. Pero eso no quiere decir que no sientan.
Lo que ocurre es que su elevado nivel de racionalidad afecta también a las relaciones interpersonales, ya que no idealizan ni hiperbolizan a los demás. Y más que ignorar lo que otros sienten, tienden a respetar la individualidad de cada persona y de sus sentimientos, aunque no coincidan con los suyos.
Leer: Lo que el 'coaching' financiero puede hacer por tu dinero