Visualizar cuál es tu comportamiento habitual sobre las cuestiones más habituales de tu vida te puede ayudar a analizar cuál es tu grado de felicidad, empatía y pragmatismo. Párate un momento a entender cómo digieres ciertas noticias cotidianas, acontecimientos rutinarios o imprevistos que en el fondo son previsibles. ¿Tienes un arranque negativo? ¿Hay algo que te nubla y convierte tu actitud en negativa?
En ocasiones todo se reduce a un efecto “carambola”. Podemos ser felices haciendo cualquier cosa, pero hay un ingrediente que nos altera, que nos resta comodidad y que, sin saber por qué, no movemos un dedo por cambiarlo o por entenderlo. Lo que nos turba puede ser una persona a la que preferimos no ver; una tarea que no comprendemos por qué se nos ha encomendado; un condicionante general que mina nuestro ánimo, como cumplir con obligaciones a una determinada hora del día en la que estamos más cansados; o la falta de motivación por algo que no entendemos por qué lo hacemos, aunque tengamos esa obligación.
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Al final, cuando existen esos condicionantes negativos se genera un efecto carambola, porque en muchas ocasiones ni siquiera somos conscientes, en primera persona, de que sentimos esa incomodidad, y entonces nos sumamos a una escalada de pensamientos negativos que se emborronan y que se aúpan entre sí. Por eso es una carambola del pensamiento, porque lo que una sola idea negativa acaba produciendo es un colapso de otras tantas que podrían no haberse trastocado si la hubiéramos entendido y solucionado desde el primer momento.
Cuando estamos en plena inmersión de pensamientos negativos, estos nos gobiernan, y somos percibidos por los demás como alguien que no pone soluciones. Sin un relato claro de por qué sentimos negatividad en nuestros actos somos un piloto kamikaze, que podría chocar contra cualquiera sin conocer el motivo de su impacto.
Sin apelar a la razón inicial que nos produce esos pensamientos negativos no podemos solucionar el siguiente embrollo en el que nos sumerge esta negatividad, y por tanto no somos un interlocutor válido. Cuando se nos pregunta ¿qué te pasa? Muy probablemente no tengamos ni idea de cómo responder, y si lo hacemos podríamos fácilmente dar una explicación incompleta, que no ayude a solucionar nuestra incomodidad y que además genere un diálogo hostil con nuestro interlocutor.
Ahora podemos retomar el ejercicio que proponíamos al comienzo. Visualiza tus quehaceres cotidianos, aquellos que sabes que en el fondo sacan lo peor de ti, los que no hay que pinchar mucho para dar con el hueso. ¿Podrían existir pensamientos o necesidades insatisfechas que produzcan esa carambola? ¿Está en tu mano atajarlos?
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Adelántate a los pensamientos negativos
Una vez que optamos por una senda para derivar nuestras emociones, detenernos y volver atrás es una tarea compleja. Por un lado, aunque creamos que tenemos autonomía para replantear nuestras emociones y cambiar de opinión las veces que consideremos necesario, y lo cierto es que siempre prima en nuestro comportamiento una coherencia férrea que nos hace defender la posición y las ideas con las que comenzamos la travesía.
Si desde el primer momento has defendido que el vaso está medio vacío, cambiar de argumento y decir que está medio lleno es algo que no se da por arte de magia, sino que requiere un lapso de refresco. Como si fueras un ordenador: reiniciar tu criterio, salir de la habitación, echar una siesta, ver un capítulo de una serie, hablar con una persona de fuera sobre algo completamente diferente. Refrescar tu criterio.
Por este motivo, mediante este ejercicio de visualización que te hemos propuesto, y con la certeza de que una vez que te derivas por un pensamiento negativo es difícil atraerte hacia otro igualmente positivo, juega con ventaja contra la negatividad y plantéate soluciones positivas antes de que la oscuridad se cierna sobre ti. Adelántate a la negatividad, y cázala antes de que te “hechice”. Mira el vaso medio lleno, antes de que te dé tiempo a pensar que está medio vacío.
Al principio hazlo como ejercicio, de forma consciente. Percibirás que la oscura losa de la negatividad deja de atenazarte en momentos rutinarios que, sin ese vínculo negativo, se convierten en tareas o situaciones leves y más llevaderas. Y una vez que el ejercicio está instaurado y se hace costumbre, es muy probable que no tengas ni que planteártelo. Que el mero hecho de tener pensamientos negativos, pueda hacer que, adelantándote a ellos, los conviertas en todo lo contrario, y seas una persona que goce de la fantástica autonomía de los pensamientos en positivo.
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