Psicología

¿Ser emocionalmente fuerte es lo mismo que ser resiliente?

La resiliencia es una actitud, una forma de ver el mundo y las vivencias que nos acontecen. Cuando más duros son los reveses de la vida, o más radicales los cambios, más preparadas emocionalmente debemos estar.

Por Cristina Soria

Existen varias teorías sobre lo que implica la inteligencia emocional, y cómo las emociones, a nivel general, tienen un impacto sobre nuestra forma de ver el mundo. Lo que parece claro es que ya hemos superado esa forma de ver el mundo en la que ser inteligente bastaba por sí mismo y los menos activos intelectualmente quedaban en un segundo plano. 

Parece claro que no es solo una cuestión de inteligencia o de saber cómo actuar lo que nos hace adaptarnos mejor o peor a las situaciones, sino de la libertad que sentimos para hacer lo que sabemos que debemos hacer en cada momento.

En ocasiones tendemos a creer que los problemas de los demás son fáciles de solucionar, y que los nuestros son complejos. Esta situación es normal, y se debe a que no tenemos en cuenta todas las emociones que rodean a nuestros actos, pues son esos detalles emocionales los que pueden acabar decantando la balanza para que tomemos una decisión u otra.

Podríamos citar innumerables ejemplos que tienen en su punto central el nivel de resiliencia que experimentamos. La pérdida de un ser querido, el traslado de nuestra residencia a una nueva ciudad o afrontar la decisión de ser madre. Estas tres situaciones requieren un nivel distinto de resiliencia, pero en suma son vivencias que cualquiera, desde un plano objetivo, podría zanjar de forma muy fría y eficiente: asume la pérdida y sigue con tu vida, disfruta del cambio de ciudad y no temas al proceso de gestación. Pero si la vida fuera tan fácil, tal vez no tendría emoción vivirla.

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La fortaleza emocional es comprender quién eres y el porqué vives

Las emociones son un bombardeo de imágenes, vivencias, miedos, deseos y proyecciones a futuro que nos rodean en todas las decisiones que tomamos, y que marcan nuestra forma de afrontar las grandes noticias de nuestra vida, también las negativas o las que necesitan de mucha seguridad para dar el paso.

 

Cuando afrontamos la pérdida de un ser querido, vienen a nuestra mente todos los instantes que hemos compartido con él y los que ya no podremos compartir, pero también nuestra propia fragilidad ante la muerte, los cambios, el valor del amor, el sentido de la familia y de la amistad y todo lo que, en el fondo nos hace levantarnos por la mañana y vivir.

De esta forma, cuanto más fuertes seamos emocionalmente, más claro tendremos ciertos aspectos de nuestra vida, los que precisamente nos permitirán avanzar y digerir mejor las pérdidas y celebrar como se merecen las evoluciones. Aprovechar todo lo bueno de un cambio de residencia o vivenciar la riqueza de la gestación son la cara positiva de una misma moneda que en ocasiones, por inseguridad, sólo nos ofrece temores.

Esos temores son ecos de nuestras emociones pasadas y el temor de vivir otras que no nos satisfagan. Por esta razón, cuanto más limpio esté nuestro camino emocional, mejor transitaremos por él. Es decir, si hemos conseguido labrar una relación emocional con nuestras vivencias en las que reina la confianza en uno mismo, la autoestima y la percepción positiva, todo reto será salvable y tenderemos a ejercer una actitud resiliente sin demasiado esfuerzo.

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Los fracasos no son definitivos

El mayor temor que una actitud poco resiliente nos transmite es la duda sobre si los fracasos se pudieran convertir en un pozo sin fondo, una puerta que se sella o una losa que arrastraremos indefinidamente.

Cuanto antes nos demos cuenta de que los errores, los altibajos o las dificultades no son eternos, sino que en el fondo nos hacen crecer, aprendiendo a superarlos, antes podremos desarrollar una actitud emocionalmente fuerte y una reserva anímica que favorezca nuestra mirada resiliente sobre los retos y los reveses de la vida. 

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