Los trastornos mentales cada vez afectan más a la población a lo largo y ancho del mundo, según datos recogidos por la World Health Organitation. Un incremento provocado, en gran medida, por los cuadros de estrés o ansiedad, así como por los diferentes problemas de gestión emocional fruto del ritmo de vida que llevamos. Más de la mitad de la población mundial vive en áreas urbanas, localizaciones que tienen grandes ventajas, sobre todo a nivel servicios o creatividad, pero que son reflejo también de otros tantos aspectos desafortunados, como la contaminación, la sobrepoblación o la desigualdad.
Del estudio, precisamente, de la conjunción entre psicología y ciudades, nació una disciplina llamada psicología urbana, campo que recientemente celebró su primera cumbre europea, en la que se intentó poner sobre la mesa una serie de ideas para abordar la mejora de las ciudades en este sentido. Psicólogos, psiquiatras, pero también geógrafos, arquitectos, economistas, urbanistas y políticos de Europa y Estados Unidos se dieron cita en Londres para plantearse si, con toda la información que existe, sería posible tratar el problema de manera inversa y ser capaces de crear ciudades adecuadas a las necesidades emocionales del momento.
Ciudad, psicología, lugar
El lema del encuentro es toda una declaración de intenciones, pero queda mucho por hacer para que la ciudad terapéutica sea una realidad. Sobre todo, y lo más difícil, que se implementen medidas políticas y económicas reales, algo lento y complicado en tiempos actuales. Sin embargo, el encuentro consiguió conectar las investigaciones con los agentes que realmente están implicados en el diseño y la planificación de zonas urbanas, con el fin de que, a la hora de crearlas, se tenga en cuenta la salud mental y se favorezcan espacios y sistemas emocionalmente saludables.
Puede parecer una utopía, pero en 1876, el Dr. Benjamin Ward Richardson ya concibió una ciudad terapéutica, que recogió en su libro Hygeia: A city of Health, enfocada a conseguir erradicar enfermedades de la época. En los años 80, la Organización Mundial de la Salud impulsó el proyecto Ciudades Saludables con el objetivo de promover y proteger la salud de los ciudadanos, que se tradujo en programas dirigidos al tabaquismo, el alcoholismo o la drogadicción, la eliminación de barreras arquitectónicas para favorecer el tránsito peatonal o el impulso de zonas verdes.
Es curioso que ya en el siglo XIX se ideara una ciudad pensada en la salud de sus habitantes y que muchas de las medidas recogidas en aquella publicación son hoy una realidad incuestionable, como la eliminación de las tuberías de plomo o el control de los sistemas de abastecimiento de agua. ¿Por qué no pensar, entonces, en que algún día las ciudades también estarán dirigidas a cuidar la salud mental y la emocionalidad de sus habitantes?
Psicólogos de la Universidad de Michigan, Stephen y Rachel Kaplan, comprobaron científicamente que cuando una persona tiene contacto visual a zonas verdes mejora la concentración y retención mental. Asimismo, Donald Appleyard, de la Universidad de Berkeley, concluyó que a mayor volumen de tráfico en una calle son proporcionalmente menores las relaciones personales de la gente que vive en ella. Es un hecho que las ciudades en las que vivimos nos afectan, tanto como que han de modificarse los códigos urbanos en favor de una mejora de nuestras vidas a todos los niveles.