Si cuando ves que otras personas sufren te sientes aludida y esbozas una lágrima, significa que tu grado de empatía es alto. Este síntoma externo, llorar con cierta facilidad ante las injusticias y los sinsabores de la vida propia o ajena no se queda ahí, sino que denota un proceso mental que significa que te vinculas emocional y personalmente con los problemas, y eso puede resultar un argumento muy favorable para revertirse en una actitud resiliente.
Lo importante para asumir retos y mover nuestra vida, o favorecer que los demás lo hagan, es darse por aludido y dar un paso al frente. Sentirnos en el deber y en la obligación de cambiar las cosas. Sin embargo, uno de los males más comunes de nuestra sociedad es la inacción, creer que los problemas de los demás no nos competen y que, incluso los nuestros, se podrán solucionar aun no haciendo nada por superarlos.
Ser una persona sensible y emocional puede estar mal visto, podría denotar que somos débiles y que podríamos acobardarnos con cada reto o dificultad. Sin embargo, la realidad puede ser completamente diferente. ¿Qué fuerza mueve realmente a alguien que llora al contemplar un drama? Está empatizando, está haciendo acopio de argumentos, emociones y razones para, después de esbozar esa lágrima, enjugársela y cambiar las cosas.
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Ser empático es contar con el favor de los demás
Sin motivación, no hay cambio. Y sin empatía no hay conexión. Las personas empáticas se motivan con mayor fuerza, tanto hacia sus propias causas como hacia las ajenas, y se convierten en aglutinadores de otras personas que apoyen el mismo cambio. Porque solo las personas que demuestran sensibilidad pueden conectar con los demás en una clave humana suficiente como para hacerles cómplices de sus metas.
Ser empático demuestra sinceridad y que las acciones son honestas y no guardan segundas intenciones. Cuando una persona que claramente demuestra sentirse interpelada por los acontecimientos busca ayuda, es mucho más probable que la encuentre porque más allá de los argumentos racionales, se activa una llamada emocional que, de forma inconsciente, pone de manifiesto que se siente motivado con una meta clara.
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La autoestima sensible
En muchas ocasiones la autoestima se construye sobre hecho objetivos: ser mejor en deportes, obtener mejores calificaciones académicas, alcanzar un mayor sueldo o rango. Sin embargo, cuando la autoestima está solamente vinculada a metas externas, es decir, que han sido ratificadas por los demás en función de una clasificación, podemos correr el riesgo de no haber atendido en su justa medida nuestra autoestima emocional, la que nos dicta que hemos sido positivos, que hemos hecho el bien y lo hemos favorecido.
Este hecho es muy importante porque hay que tener en cuenta que, como seres sociales y emocionales, estamos en continua metamorfosis. A lo largo de nuestra vida no nos motivarán las mismas cosas y algunas cuestiones que hoy nos parecen capitales, puede que en 20 o 30 años nos parezca superfluas. Por este motivo, la autoestima debe estar bien diversificada, y de forma muy especial no apostar todo lo que somos y lo que sentimos que nos describe en cuestiones externas a nosotros o meramente práctica.
Cuando cultivamos una autoestima sensible estamos trabajando una mirada empática sobre la vida, el valor de las cosas y el auténtico peso de los problemas. Si has digerido de forma conveniente qué es lo realmente importante de tu vida, y qué cuestiones emocionales son principales para tu felicidad, sabrás gestionar mejor los problemas porque es muy probable que cuestiones superfluas o meramente técnicas te hagan menos daño y puedas salir adelante con mayor fortaleza.
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