Hacer ejercicio para compensar una alimentación poco saludable no es una buena idea
Sigues a rajatabla tu tabla de ejercicios en el gimnasio, pero cuando sales no pones freno a lo que comes, bien sean alimentos procesados o cantidades inapropiadas de productos calóricos. Sabes que no debes, pero te disculpas al pensar que con el ejercicio basta. Tenemos una mala noticia: no basta.
Teóricamente, quien se esfuerza en el gimnasio y logra alcanzar buenas metas, como asistir todos los días a su cita, mejorar en tiempos y en esfuerzo, y divertirse incluso mientras entrena, suele ser una persona que empieza a desarrollar cierto rechazo por comer todo lo que le podría apetecer si se trata de alimentos que son perjudiciales para la salud. Es un efecto positivo de cuidarnos entrenando, que aflora el buen propósito de hacer de este buen hábito el inicio de otro, que consiste en comer mejor.
Sin embargo, esta situación no siempre se da y, lo que es más interesante, puede acabar degenerando en el razonamiento de que, dado que invertimos mucho tiempo y esfuerzo entrenando, estamos más que validados para comer lo que queramos. Esto es en sí mismo un error que, además, fomenta un efecto rebote que acaba produciendo un déficit en la percepción del ejercicio físico que realizamos.
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Cuando haces ejercicio con regularidad probablemente te sientas mejor, aumentes tu resistencia física y te sientas más ligera. Pero si comes lo que no debes, y lo sabes, estás tirando por la borda el esfuerzo que realizas y, lo que es peor, transitas por ciclos poco saludables que no te benefician. Porque cuando se trata de perder peso y de mantener la salud de nuestro cuerpo, prima lo que comemos, incluso por encima del ejercicio físico que podamos realizar.
Recuerda que eres lo que comes, así que por mucho que te mates en el gimnasio, no estarás cerrando el círculo si no vigilas tu alimentación y haces que tu salud sea sostenible, no por lo que quemas, sino por lo que comes. Así que, recuerda, son dos aspectos complementarios en los que no sirve justificarnos con la idea de “como lo quemo, puedo comerlo”.
Además, esta situación es peligrosa, porque si no nos alimentamos de forma saludable, el esfuerzo físico no hará el resultado que esperamos, lo que desde un punto de vista anímico puede jugar en nuestra contra al hacer que percibamos que el esfuerzo deja de ser “útil”, porque por mucho que entrenas no consigues pasar de cierta condición física. Y no puedes hacerlo porque no te alimentas en consecuencia.
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Sé consciente de lo que comes
La mejor forma de valorar lo que comemos es ser conscientes de aquello que entra en nuestro cuerpo y visibilizar cuál es el problema de una alimentación poco saludable. Realiza el ejercicio de leer las etiquetas de los productos que compras y trata de informarte de cuáles son las calorías que aportan, y cuáles los límites diarios recomendados.
Es probable que descubras que estás comiendo muy por encima de tus necesidades calóricas, pero no solo eso, sino que muchos de los ingredientes de algunos productos procesados te producen hinchazón, mala digestión o sudor. Estos son algunos de los muchos efectos secundarios de una mala alimentación y, ten cuenta: si vigilaras lo que comes, con el ejercicio que haces, probablemente te sentirías tremendamente más sana y ligera, y cada hora de gimnasio duplicaría su efecto.
Es muy positivo rodearte de personas que también están en tu situación, que pretenden cuidarse y que realizan este esfuerzo. Como si de un grupo de ayuda se tratara, cuando escuchas a los demás valorar los logros de comer bien y de ejercitarse, y descubres que se llevan las manos a la cabeza cuando te zampas una palmera de chocolate sabiendo lo mucho que te esfuerzas en el gimnasio, tal vez te puede servir para no ceder ante una mala alimentación y permanecer fiel a una forma más saludable de comer.
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