Antes de la edad adulta, las formas con la que hacemos nuevas amistades están muy propiciadas por el azar, dado que en la infancia y la adolescencia no se eligen todas las actividades que se realizan, y al final surgen amistades simplemente con la persona de tu edad que tienes a tu lado y con quien puedes entablar una conversación.
Esa casualidad tan habitual en etapas infantiles y juveniles es como jugar a la lotería a cada minuto: es mucho más fácil que te toque y que te lleves bien con alguna persona de las muchas con las que puedes abrir contacto. De alguna forma, tener la misma edad puede bastar para intentarlo en esa época.
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Sin embargo, con el paso de los años, la facilidad para tener nuevos amigos se pierde. Es verdad que nuestros entornos se hacen mucho más rutinarios, pero con la treintena entramos en una fase en la que ya no confiamos tan fácilmente en los demás. El mero hecho de abrir una conversación con un desconocido, lo que en la etapa infantil era el día a día, cuando tenemos una edad adulta se transforma en una situación cada vez más extraña.
Tendemos a pensar que aquellas personas que hablan con cualquiera y que fomentan la conversación con desconocidos lo hacen porque buscan algo, o simplemente porque son incontinentes verbales. Y en ambos casos la sociedad recela, porque pareciera que si hablas con cualquiera, como haría un niño de 8 años pero con 30, estás en una situación especialmente vulnerable y sospechosa.
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Cada año que pasa hablamos menos con otras personas
Según un grupo de investigadores finlandeses y británicos (Universidad de Aalto y Oxford), se ha determinado científicamente que cuanto más años cumplimos menos engorda nuestra agenda de amigos y menos nos relacionamos con ellos. Esta investigación analizó las llamadas, los mensajes y las citas que se mantenían por parte de los voluntarios del estudio a lo largo de varios años, y existiendo en la muestra una diferencia suficiente entre la edad de los individuos, por la que se pudo segmentar un comportamiento significativo a lo largo de las distintas edades.
El resultado de la investigación extrajo que llegamos a nuestro máximo esplendor social con los 25 años, que es el periodo en el que somos más abiertos a descubrir nuevos amigos y en el que gozamos con mayor facilidad de la compañía de otros, estableciendo citas, reuniones y encuentros sin mayor problema. Sin embargo, desde que nos separamos de esa edad las cosas se empiezan a poner difíciles, cada vez tenemos menos menos amigos nuevos, los que ya teníamos empiezan a desaparecer de las agendas y pasamos mucho menos tiempo con ellos o tan solo llamando y enviando mensajes.
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Lugares donde conocer a nuevos amigos
El mayor condicionante que encontraron los sociólogos del estudio es que, una vez que llegamos a cierta edad, pasamos una gran parte de nuestro tiempo en el trabajo y, allí, pese a que interactuamos con personas y en ocasiones podemos tener acceso a cierta variedad de relaciones, las amistades que surgen en el trabajo no son del todo reales, porque se generan en un entorno jerárquico con intereses que, en ocasiones, pueden alterar el comportamiento de las personas, guiándolas más por un cauce profesional que por el libre albedrío razonable de amigos que se conocen en libertad.
Por esta razón, el estudio destaca que llegados a los 30 años los individuos viven una segunda juventud abriendo su círculo a nuevas personas, casi al azar, porque se relacionan de forma creciente con los padres de otros niños de edades similares a las de sus hijos. Dado que los niños más pequeños (casi bebés) no tienen todavía criterio ni libertad para elegir, los padres son quienes fijan las citas con otros padres con los que se llevan mejor, aunque les acaben de conocer, y descartan a los que les dan menos feeling. Esto es, de alguna forma, una traslación de las relaciones sociales que hacemos de pequeños, pero desde un punto de vista adulto y solo centrados en un entorno de padres.
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