Cuando nacemos, tenemos un vínculo incuestionable con nuestra madre. Tanto es así que hasta los 18 meses consideramos que es una extensión de nosotros mismos, y es partir de este momento cuando comenzamos a tomar conciencia de nuestra autonomía, y la reconocemos como algo independiente.
El aprendizaje de los límites, ya no solo físicos sino emocionales, es necesario para poder crecer como personas. Un ejemplo. Una relación sentimental adulta en la que nos sentimos fusionados con nuestra pareja es un gran error, pese a la falsa creencia extendida de que el amor verdadero es ser capaz de que dos personas rompan sus límites para convertirse en uno. Una relación de estas características anula la identidad y nos frena en nuestro avance personal, imprescindible para poder mantener relaciones sanas con nuestro entorno, también en el plano amoroso.
¿Eres capaz de decir 'no'?
Aprender a poner límites es también (y sobre todo) aprender a decir 'no' cuando es lo que sentimos, sin dejarnos llevar por los demás. A veces, hacemos cosas que no queremos y, ciertamente, puede no tratarse de algo consciente, pero internamente se va generando un malestar por no ser capaces de tomar las riendas de nuestras necesidades o deseos, y acaba estallando tarde o temprano. Trabajar la asertividad –capacidad de defender tus derechos o intereses, respetando a los demás- es un paso fundamental si queremos establecer límites.
Lo primero: escucha a tu 'yo' interior
Pero antes de nada, lo que debemos hacer es desarrollar una escucha hacia dentro, que nos permita identificar dónde surge el malestar por incapacidad de poner freno a determinadas situaciones. Poner atención a nuestros comportamientos, sobre todo cuando se trata de relacionarse con otras personas (pareja, familia, compañeros de trabajo, amigos…) nos ayudará a saber en qué puntos perdemos nuestra identidad y nos alejamos de nuestras necesidades, solo por satisfacer al otro.
¿Por qué no ponemos límites?
Todos queremos ser amados, aceptados, alejarnos del conflicto para evitar el abandono. Se trata de mecanismos de supervivencia emocional, que se activan porque no queremos estar solos, ni sentirnos egoístas o malas personas. Estos mecanismos se convierten en automatismos que surgen sin pensar, de los que dejamos de ser conscientes. En otras ocasiones sí somos conscientes pero nos paraliza el miedo, como por ejemplo, cuando eres incapaz de poner límite a un jefe que te ha faltado al respeto.
Este comportamiento en el que nos dejamos llevar, en el que no somos 'dueños' de nosotros, es algo muy nocivo para la autoestima, que se ve minada porque nuestra identidad pierde fuerza y se va con la de los demás. Uno se siente desdibujado y deja de saber cuáles son sus deseos porque estos se diluyen en los deseos del otro.
Practicar la escucha y la observación interna, identificar situaciones en las que surge un malestar, distinguir entre lo que quieres y lo que no quieres, trabajar la asertividad y reforzar tu identidad, siendo plenamente consciente de sus necesidades y tus objetivos, son algunos de los puntos más relevantes que debes trabajar si quieres aprender a poner límites y, con ello, mejorar tu autoestima. No es sencillo. Lo más recomendable es que te dejes ayudar por un profesional psicólogo que te guíe en este trabajo personal.