Muchas son las causas que pueden producir trastornos digestivos, y en muchos casos no solo una razón es la culpable de un mal funcionamiento de nuestra digestión. Cuando varios procesos no van bien o tienen una descompensación, se pueden producir otras reacciones en cadena que, en suma, produzcan un trastorno digestivo.
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En concreto, nuestras emociones juegan un papel muy importante en nuestra salud digestiva, pues mediante las hormonas se genera un vínculo directo entre el estado anímico que experimentamos y nuestra digestión. Las hormonas son sustancias que se liberan desde nuestras glándulas endocrinas y células epiteliales, e influyen en las funciones de otras células.
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Cortisol, la hormona del estrés
Cuando sentimos ciertas emociones liberamos una serie de hormonas que producen efectos en cadena en el resto del organismo. Por ejemplo, ante la ansiedad, es común liberal cortisol, que de llegar a unos niveles inadecuados puede hacer que nuestras digestiones sean mucho más pesadas provocando dolores en el abdomen, retortijones y la sensación de que algo grave nos pasa.
Realmente el impacto de esta hormona se centra en un momento concreto, en el que hemos sentido ansiedad por un estado de excitación nerviosa cuando algo nos preocupa en demasía, o prevemos un reto acuciante que nos quita el sueño. Esta es la razón por la que, en ocasiones, cuando acudimos a una entrevista muy importante para nuestro futuro, hacemos un examen o recibimos una noticia que nos trastoca, podemos sentir de forma casi instantánea un dolor en la tripa que nos paraliza y nos pone las cosas mucho más difíciles.
Sin embargo, si esta situación de estrés se alarga en el tiempo, puede acabar produciendo efectos muy negativos a largo plazo. Puede que el funcionamiento del aparato digestivo se resienta de estos impactos hormonales, ya que, a fin de cuentas, le generan una disfunción, y lo que podría ser un pico concreto de liberación de cortisol se convertiría con el paso del tiempo en un trastorno digestivo.
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Serotonina, la hormona de la felicidad
¿Sabías que el 90% de la serotonina que hay en nuestro organismo está en repartida entre el sistema digestivo y el cerebro? Por este motivo es una hormona indispensable para el buen funcionamiento del tracto gastrointestinal y a la vez está muy relacionada con nuestro estado anímico.
La serotonina es la encargada, entre otras cosas, de hacernos sentir bien, y mediante este “premio” se regulan algunos de nuestros más importantes procesos biológicos. Por ejemplo, el hambre. Si no tuviéramos apetito probablemente no comeriamos, pues a fin de cuentas comer resta tiempo, dinero y esfuerzo. Pero nunca nos olvidamos de alimentarnos porque la serotonina, entre otras sustancias, crean un refuerzo positivo y necesario asociado a la necesidad de comer; tanto comer por placer, como por la necesidad de saciarnos. De idéntica manera actúa la serotonina respecto al deseo sexual, las ganas por disfrutar y mejorar y mantenernos a salvo. Cuando se libera serotonina sentimos placer y nos saciamos.
Pero ante el estrés y la ansiedad, los niveles de serotonina pueden verse mermados, y esta carencia puede producir un problema a la hora de discernir si estamos saciados o no, y podríamos seguir ingiriendo alimentos de forma indiscriminada, tanto de mala calidad como en cantidades no beneficiosas.
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