Los recuerdos del pasado sirven para hacernos más comprensible el futuro. Cuando recordamos situaciones, vivencias, personas u objetos, estamos utilizando ejemplos que nos facilitan valorar lo que vivimos en el presente y encaminarnos al futuro con unas referencias aprendidas mediante la experiencia.
Medir el amor que damos a nuestros hijos en función del cariño que recibimos en nuestra propia infancia, valorar los objetos antiguos que nos acompañaron durante años, o las vivencias dolorosas para que no se vuelvan a repetir. Todo esto es provechoso, y nos ayuda a conceder a las vivencias actuales un valor relativo y sopesado cuando se ponen en relación a nuestros recuerdos anteriores.
Sin embargo, en ocasiones podemos dedicar más mimo a recordar el pasado y todo lo que nos aconteció y no prestar suficiente mimo a lo que tenemos delante. Porque se puede dar un efecto “mitificador” con todo lo ya vivido. Esto tiene sentido cuando, de forma subconsciente, damos por asimiladas las vivencias anteriores de tal forma que, pese a que en su día no tuvieron un valor concreto o incluso nos resultaron poco edificantes, ahora tras el paso del tiempo las comprendemos en toda su dimensión. Y es este hecho, el de comprender mejor el pasado que el futuro, el que nos puede atraer hacia cierta mitificación de todo lo vivido con anterioridad.
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Los recuerdos a veces no existen
Aferrarse a los recuerdos es una forma de temer al paso del tiempo y a evolucionar. Si este es tu caso, y aún sientes que pasas mucho tiempo recordando vivencias o atesorando objetos que te recuerdan momentos vividos, es probable que estés manteniendo un ancla en otra época que no te permite vivir con plenitud la presente.
Todo lo vivido forma parte de ti, como si fuera una cadena, y sin los eslabones pasados no podrían sujetarse los presentes. Pero una actitud muy pegada al pasado puede hacerte perder oportunidades de vivir con mayor intensidad la presente, porque el hoy nunca podrá competir con la idea “mitificada” que podrías tener del pasado.
Con el paso del tiempo tendemos a magnificar los acontecimientos pasados e, incluso, a darle una gran entidad a detalles que fueron nimios en su momento o que incluso no son del todo reales. El pasado es un recuerdo, y forma parte de tu mente, donde se fusiona la rememoración con la imaginación. ¿Cómo va a el presente a competir con eso?
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Aplica tu resiliencia para vivir en el presente
Vivir el presente es una cualidad resiliente, porque solo cuando estamos con ambos pies en el día a día podemos coger las riendas de nuestra vida de forma efectiva. El cariño y el valor por el pasado siempre quedará en nuestra memoria, pero es muy conveniente saber enfocar esa gratitud al tiempo pasado solo para que el presente florezca.
Cualquier tiempo pasado nunca fue mejor, porque el futuro todavía está por escribir y podrá ser lo que tú quieras que sea. Si te rezagas y ensimismas viviendo en el recuerdo, no estarás poniendo tus cinco sentidos para descubrir qué te aporta el presente. Recuperar viejas amistades con las que ya no tienes relación, revisitar lugares de antaño o atesorar cajas de recuerdos en el trastero son decisiones que ocupan tiempo y espacio, y que no hacen más que sembrar sobre lo ya plantado. El lugar donde habita el recuerdo es tu mente, y está ávida de nuevos alicientes. Nutre tu vida con pasos certeros hacia el futuro y construye nuevos y maravillosos recuerdos que rememorar cuando pasen los años.
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