De forma general, existen dos tipos de alimentación en función del origen de sus productos: los que están libre de químicos y la que han sido generados con pesticidas, hormonas, conservantes y todo tipo de elementos artificiales que han favorecido una mayor durabilidad, potenciador de sabor o protección.
Estos productos químicos que se utilizan en la agricultura, la ganadería y en la propia elaboración de ultraprocesados, son sustancias que permanecen en los alimentos y que, una vez ingeridos, pasan a formar parte de nuestro organismo, y pueden producir efectos propios de procesos hormonales o reacciones relacionadas con un mayor índice de grasas o azúcares.
En suma, determinados alimentos que han pasado por procesos químicos industriales producen un efecto perjudicial para nuestra piel. En ocasiones se trata simplemente de restarle todo el lustre que podría tener, con menos brillo, un tono apagado, aspereza, acné y poros dilatados. Todas estas variables pueden estar relacionadas con la alimentación.
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Productos lácteos
Las vacas que dan la leche que llega a nuestros mercados, o con la que se producen los derivados lácteos, están alimentadas con productos hormonados para garantizar que producen el máximo de leche y lo hacen sin interrupciones, aun cuando no tienen crías que hagan que su organismo necesite de forma natural producir leche.
Por esta razón, cuando consumimos lácteos o derivados, como yogures o quesos, estamos también ingiriendo sustancias que no son del todo naturales y que no se encontraban en la leche y los productos lácteos de antaño. Estas hormonas se transmiten a la leche y pueden hacer que tengamos acné, inflamación y exceso de estrógenos.
Alimentos fritos o con grasa
El aceite de oliva virgen extra es saludable. Pero cuando freímos este, o cualquier otro tipo de aceite, estamos convirtiéndolo en una grasa saturada que tiene un efecto negativo para nuestra salud, pues son estas grasas las que se acumulan en nuestras arterias y de esta forma son las responsables de una subida del colesterol malo o de padecer enfermedades cardiacas.
La piel refleja este tipo de complicaciones en nuestra salud, es un espejo de nuestro estado físico y, cuando tenemos un sistema circulatorio en problemas, es la piel uno de los indicadores que deja de mostrarse sano y repercute una mala recepción del oxígeno, por ejemplo, presentando menos brillo, aspereza y sarpullidos.
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Además, cuando ingerimos grasas y fritos, estos también acaban aflorando en nuestra piel, pues este es un órgano que, mediante los poros, realiza una excreción de sustancias sobrantes. De esta forma, cuando la grasa aflora en nuestra piel se está provocando una menor síntesis de colágeno y elastina. La piel huele peor, y pueden producirse puntos negros y acné.
Alimentos procesados
Todos los alimentos procesados tienen en común unos niveles muy bajos de agua, pues de esta forma garantizan que su conservación pueda ser más larga, y se cumple así una de las máximas de este tipo de alimentos: rentabilizar su precio con una duración mayor. Pero este hecho, la poca agua que tienen estos productos, produce que nuestra piel se deshidrate y que aparezcan antes las temidas líneas de expresión, arrugas y que tornemos a un color de piel cada vez más amarillo-grisáceo.
Los alimentos ultraprocesados tienen altas concentraciones de azúcar, grasas y sal, que actúan como potenciadores de sabor, para dar textura, color y que también son conservantes. De esta forma, la comida procesada parece comida, pero realmente no lo es, porque toda su composición está basada en aparentar buena apariencia y sabor, cuando realmente se han descompuesto los nutrientes esenciales y se han eliminado las enzimas vivas, para favorecer su conservación.
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