Aunque no lo creas, muchos de los rasgos de tu personalidad piden a gritos evolucionar. Bien sea por miedo o por comodidad, es probable que des por sentado que tú eres así, con lo bueno y con lo malo, y te contentes con ello, sin pretender mejorar o hacer cambiar las cosas.
Pensar que eres como eres y que nada podrá cambiarte
Puede que en algunos aspectos seas consciente de que no haces acopio de la suficiente autoestima para plantar cara en ciertas situaciones, o tal vez dejar fluir tu ira cuando las cosas te vienen mal dadas y luego tienes que afrontar las consecuencias. Ambos polos son situaciones que lastran tu éxito y tu felicidad y ambas se enmarcan perfectamente en un esquema de pasividad, de soy como soy y nada podrá cambiarme.
Tú eres como desees ser. Puedes cambiar, puedes mejorar y conseguir parecerte cada vez más a quien realmente te hará feliz ser. Es cierto que no vale con desear o con expresar buenas intenciones y que el movimiento se demuestra andando, pero ser consciente de cuáles son tus facetas mejorables y cuáles son las que te evitan avanzar es el primer paso para acercarte a ser la mejor versión de ti misma.
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Que la negatividad sea lo normal
Existe una teoría sobre la evolución que dice que los seres humanos hemos sido capaces de aprender de nuestros errores gracias a un proceso cognitivo denominado “el sesgo de la negatividad”, que graba con mayor profundidad las experiencias negativas, por encima de las positivas, para que la próxima vez que afrontemos la misma cuestión guardemos más atención y seamos más cuidadosos.
Este sesgo de la negatividad es el responsable de que, en muchos casos, creamos que siempre fracasamos, que nos acompaña la mala suerte y que por mucho que nos esforcemos siempre habrá un fallo que ensombrezca todos nuestros logros. En este sentido es muy útil saber que no es algo que te ocurra a ti, sino que como ser humano estás programada para experimentar este refuerzo negativo. Ahora, trata de revertirlo.
Potencia el recuerdo de todos los estímulos positivos que tienes a tu alrededor. Tu éxito, tu fortuna y todos los méritos que has acumulado. Son riquezas que deben ser atesorados con mimo y festejar que existen, porque por mucho que creas que estás guiada por la mala suerte, siempre hay muchas y grandes cosas que podrían revertir tu percepción negativa y volverla positiva. Solo tienes que conseguir darle prioridad a lo bueno.
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El miedo al miedo
Parece una pescadilla que se muerde la cola, pero en occidente cada vez estamos más influidos por el miedo a la posibilidad de sentir miedo. Esto tiene que ver con que nuestra mente no estaba diseñada para vivir una existencia tan apacible, sedentaria y colmada de estímulos positivos. Por esta razón, tener miedo es una sensación que queda arrinconada y que se convierte en una posibilidad remota, con vistas al futuro.
El miedo se convierte en la proyección misma de lo que significa el miedo: lo desconocido. Para cada cual la sensación de temor se materializa con la forma de un drama concreto y suele basarse en perder a un ser querido, perder los ahorros o el trabajo, perder el amor, o perder la salud. Si te fijas, todo lo que solemos temer está basado en pérdidas, y son cuestiones que no solo se temen por lo que implican, sino porque trastocan nuestra identidad, quiénes somos: perder el status, perder nuestra rutina, la residencia, el amor.
En resumen, el miedo al miedo es un temor basado en dejar de vivir nuestra vida como de costumbre. Es razonable, no solo porque amemos a nuestros seres queridos y no queramos perderlos y que algo malo les ocurra, o perder la casa que tanto nos ha costado conseguir. Sino que, además, tememos perder todo lo que nos define y nos completa.
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