Aprender a hacer las paces: así crece tu empatía
Muchas veces nos sentimos superados por determinadas situaciones, todo el mundo parece estar en contra y discutir parece que es la forma más fácil de salir de los aprietos, pero ¿y si no bastara con contentarse con defender nuestra propia postura?
Cada vez que ganamos una discusión podemos sentirnos reafirmados por nuestra pequeña victoria, pero es posible que nos hayamos perdido en el camino la oportunidad de entender las posturas del otro. En función de nuestro nivel de sensibilidad, en ocasiones ocurre que tras obtener la reafirmación del otro, que reconoce que llevamos razón, podemos llegar a sentirnos mal, incluso culpables, al haber hecho que otra persona admita su error.
No podemos estar seguros de si cuando nos salimos con la nuestra en una disputa es porque realmente tenemos razón o, atendiendo a lo subjetivo de algunas discusiones, podríamos haber “ganado” por haber demostrado más facilidad de argumentación, memoria a la hora de enumerar los hechos o por dejar agotada a la otra persona con nuestra vehemencia.
Pero lo cierto es que hacer las paces está en las antípodas de la confrontación y de las arduas e interminables discusiones en las que en ocasiones podríamos vernos envueltos. Así, existe una vía muy poco transitada, y es la de buscar el entendimiento, sin necesidad de vencer. Tratar, por tanto, de contemporizar y aplicar una visión global al asunto, que tal vez nos acabe dando un punto de vista sorprendente sobre nuestra propia postura y la de la otra persona.
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Pregúntate ¿por qué discute contra mí la otra persona?
Hay un refrán que dice “dos no discuten si uno no quiere”. Sin embargo, lo más común es que cualquier motivo para iniciar una discusión no se haga esperar mucho, ya que son pocas las personas que rechazan discutir.
Los desencadenantes más obvios suelen aparentar ser de motivos de justicia y suelen tocar la fibra de la propiedad, bien sea material, de tiempo o de méritos. En este grupo se pueden etiquetar la inmensa mayoría de las discusiones que podemos tener en nuestra vida cotidiana.
El segundo grupo de discusiones comunes y banales está relacionado con “las formas”. Creer que alguien nos ha tratado con poco respeto o ser sorprendido por alguien que considera que no hemos tenido un buen tratamiento con él, o que hemos realizado una gestión que le hace de menos.
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Mirado al microscopio, las discusiones ponen en evidencia que tú podrías estar haciendo algo mal, con intención o no. Y eso generalmente provoca en ti (y en cualquiera) la percepción de que quien está haciendo algo mal es la otra persona. O viceversa.
Pregúntate ¿qué lleva realmente a la otra persona a discutir contra mí? ¿Merece la pena? ¿Y si tal vez ambos tenemos razón? ¿Puede estar sufriendo en este momento? Estas preguntas, y en definitiva todas las que te ayuden a ponerte en la piel del otro, te harán generar una relación más empática con tu día a día, y a entender mejor que las cosas no son blancas ni negras.
Generar empatía con quienes te rodean puede parecer un acto altruista muy encomiable, pero también sencillamente, podemos reaccionar con empatía por mero beneficio propio. Porque si conseguimos esquivar las discusiones innecesarias con los demás ganaremos calidad de vida, no por dejarnos vencer, sino por saber llegar a entendimientos y plantear un alto al fuego antes de que la situación pase a considerarse una discusión.
Además, aquellas personas que son valoradas en su entorno de trabajo y en su contexto doméstico son quienes pueden apoyarse mejor en los demás a la hora de conseguir una mejor posición, no solo en lo material, sino también en lo afectivo. Lo que también se traduce en calidad de vida, mayor sensación de felicidad y posibilidades de enriquecernos con la compañía de los otros.
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