Recientemente se ha publicado una investigación que asocia la obesidad con una carencia sensorial a la hora de percibir los sabores y los olores de los alimentos. El estudio se ha realizado en el Human Nutrition Research Center de Boston, y ha tenido la participación de 381 personas. El objeto de este estudio era estudiar la predisposición genética y ambiental al sobrepeso, y se ha determinado finalmente que quienes sufren de obesidad perciben en menor medida los sabores que quienes no.
En estudios anteriores se había trabajado identificando factores genéticos, y en concreto estudiando cómo el gen LRRC32, que se ocupa de la percepción del sabor, podría condicionar que una persona pudiera tener más interés por una escala de sabores distinta a cualquier otra persona. Por esta razón, quien desde un punto de vista genético tiene menos percepción de un sabor (dulce, salado, amargo, ácido…), parece más atraído por este y por la necesidad de potenciarlo en sus comidas, ampliando la ingesta de alimentos que lo ofrecen.
En este sentido, una de las razones que los especialistas apuntan acerca de que quienes sufren de obesidad puedan tener en cierta medida mermado su sentido del gusto y que, por tanto, no perciben los sabores en su plenitud, es que la inflamación que produce la obesidad puede afectar a las papilas gustativas y a los receptores de olfato de la cavidad nasal. Esto podría producir que se genere la necesidad de ingerir más alimentos y con un sabor más pronunciado para calmar la percepción de hambre y de gratificación con la comida.
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El sabor puede ser una clave mayor de la que se esperaba
Si solo atendemos a que una dieta nos aporte los nutrientes necesarios para nuestra salud puede que estemos olvidando un factor decisivo en nuestra facultad de autocontrol. Pues a nivel genético y de hábitos, podemos estar necesitando percibir un sabor que nos reconforta y que se hace necesario para nuestro cerebro, y en el caso de padecer obesidad y de tener mermado en cierta medida su la recepción de este sabor, se acrecienta la de esta necesidad.
Por tanto, este estudio determina que no solo es necesario que una dieta estudie los nutrientes que ingerimos, sino que también evalúe qué sabores forman parte de estos y que potencie aquellas necesidades de las que es dependiente nuestro cerebro por costumbre, pues puede que incluso sea una cuestión de predisposición genética.
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¿Qué tienen en común la saciedad y el asma?
El genotipado del genoma de los voluntarios en el estudio del Human Nutrition Research Center de Boston exploró la posibilidad de que existan variedades genéticas enfocadas a cada sabor, cosa que ya se había estudiado con el amargor, pero que ahora se abre al resto de sabores, y la relación que tiene este gen, el LRRC32, con la saciedad y con el asma.
Así demuestran que nuestra salud y alimentación son un sistema complejo relacionado. Pues anteriormente ya se había identificado que, genéticamente, el sabor amargo se percibía con la lengua y también con los pulmones, y que los genes que lo identifican podían tanto jugar un papel clave en la identificación de sabor, como en la inmunidad a enfermedades pulmonares.
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