Mucho y nada sabemos, en general, de los llamados metales pesados. Ahora que todo lo relacionado con la alimentación saludable está de moda, ha crecido también la preocupación en torno a estas sustancias, a las que se le atribuyen efectos nocivos sobre nuestro cuerpo. Internet está lleno de supuesta información fiable sobre esta materia y la fiebre por el détox no ha hecho más que hacer crecer la obsesión por eliminar todo rastro de metales pesados del organismo. Hablamos sobre el tema con el experto Pascual Martínez de La senda natural (www.lasendanatural.com), gabinete de nutrición y terapias naturales de Barcelona.
¿Qué son los metales pesados?
Son metales de densidad alta que, aunque no todos ellos son especialmente tóxicos en concentraciones normales (algunos son necesarios para el ser humano), son conocidos por su tendencia a representar serios problemas medioambientales.
Según se recoge desde el Ministerio para la Transición Ecológica, "la peligrosidad de los metales pesados reside en que no pueden ser degradados (ni química, ni biológicamente) y, además, tienden a bioacumularse y a biomagnificarse (lo que significa que se acumulan en los organismos vivos alcanzando concentraciones mayores que la que alcanzan en los alimentos o medioambiente, y que estas concentraciones aumentan a medida que ascendemos en la cadena trófica), provocando efectos tóxicos de muy diverso carácter".
Metales altamente contaminantes
Entre los más contaminantes se encuentran: el plomo cuya presencia incide de manera importante en dolencias como la fatiga, la anemia, hipertensión, disfunciones renales y son muy perjudiciales en enfermedades como la esclerosis, cuando su presencia es excesiva en el organismo. Se trata de un metal con una amplia presencia en nuestro día a día (esmaltes, cristales, juguetes, cosméticos, agua potable…) que se adentra en nuestro cuerpo por inhalación o ingestión de polvo.
El aluminio, segundo metal más utilizado en el mundo y se encuentra en todas partes. Se trata de otro de los metales con alto nivel de toxicidad y su presencia en altos niveles dentro del organismo afecta, de manera directa a nuestro cerebro acelerando el proceso de diversas enfermedades como el Alzheimer o la demencia.
El mercurio y el arsénico son otros de los metales pesados cuya acumulación puede tener efectos especialmente nocivos para el ser humano. Mientras el mercurio que ingerimos cuando comemos pescado o marisco perjudica a la memoria, a nuestras rutinas de sueño y genera problemas neuromusculares y dolores de cabeza, el arsénico inorgánico (ingerido a través del agua y determinados alimentos) puede provocar irritación de estómago e intestinos, trastornos en la piel o irritación de los pulmones.
¿Cómo limpiar los metales pesados?
Según nos comenta Pascual Martínez, para conocer la acumulación y proporción de metales pesados en nuestro cuerpo la prueba más fiable consiste en tomar una pequeña muestra de cabello desde la raíz: "El cabello recoge todo, se nutre de todo y lo guarda todo". A partir de ahí, asegura, eliminarlos no es tan sencillo como parece, "lo malo de los metales pesados es que tienen afinidad por las grasas y tienden a acumularse donde más grasas hay, en el hígado, el riñón y, sobre todo, el cerebro". Además, este especialista afirma que no hay ningún sistema para eliminarlos del todo y es muy complicado si no se hace un cambio general de hábitos, que implique dejar de fumar, evitar los alimentos procesados, tomar el agua filtrada…
Para él, la clave pasa por el ejercicio, la alimentación y el reposo. "Un ejercicio coherente, en el que se combine correr con algo de potencia para ganar masa muscular, subir la temperatura y quemar mejor", detalla. En cuanto a la alimentación, nos recomienda que sea orgánica, basada en producto de temporada, evitar las carnes (a no ser que estemos seguros de que son de pasto verde), elegir pescado azul pequeño y blanco que no sea de costa sino más de interior, optar por producto integral y no cenar tarde. Según el experto, para depurarnos podrían ayudar alimentos como las algas, diente de león, cúrcuma, kéfir, té verde, ajo, remolacha, espárrago, aguacate, limón, castañas, alcachofa, arándanos, aceite de oliva (con presión en frío y botella de cristal oscura), brócoli, rábano negro o verduras de hoja verde (evitando la lechuga), como espinaca, escarola o berro.
Además, es recomendable hacer uso de técnicas como el baño turco una vez a la semana (mejor que la sauna porque es más saludable desde el punto de vista cardiovascular), alternando la exposición al calor 5 minutos con duchas de agua fría, para los más atrevidos, o retirando el sudor periódicamente con una toalla mojada.