Nuestra forma de alimentarnos puede cambiar de forma visible nuestra salud y mejorarla, ayudándonos a prevenir muchas enfermedades y evitando que empeoren aquellas que ya padecemos.
La hipertensión arterial es un problema común y crónico que se desarrolla generalmente con el paso de los años por factores tanto genéticos como de estilo de vida. Algunas enfermedades, de tipo endocrino o renales, y hábitos como el tabaquismo o la falta de ejercicio pueden empeorar nuestra tensión arterial, haciendo que aumenten sus valores por encima del límite saludable. La alimentación es una de las claves para cuidar de la tensión arterial, evitando que suba de manera innecesaria, tanto si padecemos hipertensión como si no.
Casi el 70% de la población de más de 60 años tiene su tensión arterial elevada, aunque muchos de ellos no lo sepan, ya que la hipertensión no presenta síntomas. Pero, aún así, puede ser la causa de serios problemas de salud y causar lesiones en órganos vitales como el corazón y los riñones, además de provocar trombosis, infartos de miocardio, insuficiencia renal o ictus.
Leer: ¿Por qué no me baja el colesterol?
La sal, el principal enemigo de nuestra tensión arterial
Si el médico ya te ha diagnosticado hipertensión arterial (o también prehipertensión) lo primero que debes hacer es restringir el consumo de sal al máximo. La razón es que toda la sal que tus riñones no sean capaces de eliminar pasará a la sangre, aumentando su densidad y obligando al corazón a trabajar más para que esta se mueva. Este esfuerzo que realiza el corazón aumenta la presión arterial, algo que puede transformarse en hipertensión crónica si no se ponen las medidas adecuadas.
Cuando se está muy acostumbrado a comer con sal, decirle adiós al salero puede que nos parezca demasiado duro y que las comidas nos resulten insípidas. Pero antes de lo que te imaginas el paladar se acostumbra a prescindir de la sal y te ofrece la posibilidad de descubrir el auténtico sabor de una infinidad de alimentos. Además, cuentas con muchos sustitutos naturales de la sal que pueden alegrar tus comidas, como las hierbas aromáticas, el vinagre, el zumo de limón, el curry o la pimienta.
Leer: Aliados naturales contra el colesterol
Pero hay otro problema, y es que la sal que añadimos a las comidas apenas representa el 20% de la que consumimos a lo largo del día. La inmensa mayoría se encuentra en los alimentos procesados, como los alimentos precocinados, pero también en otros como las conservas. Para que la sal no entre en tu organismo sin que lo sepas es muy importante aprender a leer el etiquetado de todo lo que compramos.
Hay una regla básica en todo etiquetado que indica qué ingredientes están en mayor o menor proporción según el orden en el que aparezcan. Los que aparecen primero están presentes en mayor cantidad, por lo que debes elegir aquellos productos en los que la sal aparezca al final de la enumeración, o que indiquen expresamente que son bajos en sal. Otra pista es elegir aquellos alimentos que contengan un máximo de 0,5 gramos de sodio por cada 100 gramos de producto.
Por último, están los productos que contienen grandes cantidades de sal de manera natural, y que es conveniente evitar, como los embutidos, las aceitunas y encurtidos, los quesos curados, la salsa de soja, o los pescados ahumados.
Leer: ¿Puedo comer dos huevos al día?