Todo lo que nos acontece se guarda en nuestra mente en forma de ideas, recuerdos y sensaciones. Tanto lo bueno como lo malo, y de esta forma las cosas que nos ocupan son repasadas por nuestra imaginación una y otra vez.
Cuando esos recuerdos y experiencias son positivos no existe mayor problema, pues nos produce incluso placer rememorarlos; pero cuando se trata de eventos problemáticos que nos afectan anímicamente puede que el propio hecho o incidente negativo se acabe magnificando en nuestra mente y adquiriendo dimensiones y formas que no le pertenecen.
Esto quiere decir que aquello que no sacamos hacia fuera, de lo que no hablamos, puede crecer en nuestra imaginación y generarnos más sufrimiento. Si guardamos en nuestro recuerdo aquello que nos causa dolor, tristeza y frustración estaremos dándole al “monstruo” una guarida oscura desde donde crecer y ejercer su poder.
Sin embargo, el antídoto está en hablar. Cuando hablamos de nuestros problemas, recuerdos y sensaciones es como si estuviéramos colocando un gran foco sobre ellas, y descubriendo qué son en realidad. Porque al hablar estamos radiografiando nuestros sentimientos y dando una estructura a aquello que nos ocurre.
Hablar significa organizar lo que decimos y obligarnos a ser conscientes de qué fue primero y qué fue después. Y colocando en orden las piezas y concediendo a cada cosa la importancia que se merece frente a nuestro interlocutor, podemos descubrir que aquello que parecía un monstruo muy grande cuando solo vivía en nuestra mente se convierte en simple polvo.
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Somos lo que hablamos
Según Luis Rojas Marcos, Profesor de Psiquiatría de la Universidad de Nueva York, viviremos más cuanto más hablemos, pues expresar aquello que sentimos, deseamos y pensamos es una forma de sanar nuestro estado anímico cuando lo que pensamos nos atormenta, y también de contagiar energía a los demás cuando lo que expresamos es positivo.
Según Rojas Marcos, en su último libro Somos lo que hablamos. El poder terapéutico de hablar y hablarnos (Editorial Grijalbo), el ser humano tiene la necesidad innata de hablar, tanto con los demás como con uno mismo, y esta actitud expresiva está relacionada con la longevidad.
Cuando hablas contigo mismo estás iniciando un proceso de aprendizaje y de terapia, porque ese monólogo que realizas en voz alta y solo para ti es una forma de organizar tus pensamientos, de darles forma y de enfocar las cosas que te importan. Hablar implica concentración, y solo cuando lo hacemos oralmente logramos fortalecer nuestro discurso de forma efectiva.
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De esta forma, al hablar estamos generando dinámicas positivas que pueden hacer que vivamos mejor. Porque hablar añade vitalidad y calidad de vida, dado que identifica y minimiza los problemas y agranda y contagia la actitudes de ánimo y humor.
Según Rojas Marcos, el ser humano tiene una forma de ser innata que está impregnada por la bondad. Nuestra naturaleza es la de ser felices, lo buscamos y casi de forma automática nos dirigimos hacia aquello que nos hace el bien y nos facilita vivir en armonía. Sin embargo, los problemas diarios y ciertas formas de organización social a veces nos aíslan y magnifican nuestra soledad y, de esta forma, las brechas parecen más insalvables y el tono vital de nuestra alegría parece distanciarse y coger un matiz grisáceo.
Por eso, cada vez que exteriorizamos nuestros sentimientos y damos rienda suelta a nuestras ideas expresándolas, ordenádolas y dándoles forma, estamos buscando la forma de minimizar esa brecha, salir de nuestra isla y contagiarnos de la mirada y la alegría de los demás. De este modo, estamos viendo nuestros problemas con otros ojos, relativizarlos y ganando calidad de vida.
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