Psicología: Cuando nuestros deseos son, en realidad, los de los demás
Este fenómeno responde a un concepto que proviene de la teoría del psicoanálisis y se conoce con el nombre de introyección
Padres, abuelos, profesores, compañeros, amigos, parejas… No cabe duda de que nuestro entorno dice mucho de nosotros mismos. Forman parte de él personas con las que solemos guardar puntos en común, con las que nos podemos sentir identificadas y con las que compartimos filosofías de vida similares. Sin embargo, puede que algunas de las ideas, valores o creencias que pensamos que forman parte de nuestra identidad y que tomamos como propias, en realidad no sean fruto de nuestra propia elaboración. Esto ocurre porque, desde pequeños, vamos conformando nuestra personalidad mediante tres mecanismos básicos: imitación, identificación e introyección.
La introyección, quizás el más desconocido de estos mecanismos, es un término de la teoría del psicoanálisis introducido por Sándor Ferenczi utilizado para designar el proceso psíquico por el que una persona se atribuye características de otras personas a las que quiere y admira, pero que también teme u odia. De esta forma, a través de este mecanismo de defensa, las personas incorporan dentro de ellas mismas patrones, modos de actuar y de pensar que no son verdaderamente suyos.
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¿Cómo diferenciar lo propio de lo ajeno?
En la introyección, lo externo y lo ajeno cobran mayor importancia que uno mismo. A pesar de que para una persona 'introyectadora' todos los conceptos y valores proceden del mundo exterior, no es capaz de visualizar el origen de sus ideas. Se muestra incapaz para diferenciarse, para elegir y para actuar satisfaciendo sus verdaderas necesidades, haciendo directamente suyos mandatos y consignas de otros.
El objetivo de la introyección es sencillo. El propósito de este mecanismo de defensa es proteger la mente y a uno mismo de la ansiedad, cuando se trata de algo especialmente doloroso, amenazante o que no encaja en nuestro ideario. Este concepto, a priori inocente, puede acabar convirtiéndose en un enemigo, especialmente cuando entorpece el libre desarrollo de la persona, que está haciendo suyas conductas que tal vez nada tengan que ver con ella misma.
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¿Un ejemplo sencillo?
Se trata de un concepto bastante abstracto y, en ocasiones, de difícil comprensión que nos puede ejemplificar Ana Calderón, experta en Psicología Gestalt. Una mujer 'introyectadora' que ha sobrepasado la treintena observa cómo la inmensa mayoría de sus amigas están embarazadas o ya tienen hijos. Además, todas llevan unos años felizmente casadas. Por el contrario, la 'introyectadora' lleva menos tiempo con su pareja, con la que no ha pasado por el altar, y es contantemente preguntada por su círculo cercano sobre todo tipo de cuestiones relativas al matrimonio y los hijos. Aunque desconoce sí realmente desea casarse o tener hijos, interioriza la actitud e ideas de las personas que le rodean e inconscientemente cree que ese es su verdadero deseo, al igual que el del resto. Sin embargo, puede que todo tenga una finalidad: proteger la mente de la ansiedad que le produce dicha situación.
En definitiva, cuando introyectamos y decimos "yo pienso" generalmente queremos decir: "los demás piensan". Este mecanismo de defensa puede ser erróneamente asociado a la proyección, que precisamente se trata de un concepto contrario al de introyección. Tanto es así que, a través de la proyección, solemos asociar a los demás características o modos de funcionamiento que son propias de nosotros mismos y de los que no somos realmente conscientes.
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