Vivimos un momento en el que la alimentación saludable y la sostenibilidad están en boga, algo que ha repercutido directamente en la lista de la compra, que tiende a ser cada vez más natural. Hemos aprendido también a leer las etiquetas de los alimentos, un paso fundamental para entender qué es lo que estamos comiendo realmente. Reducir el nivel de grasas saturadas, huir de las grasas trans o hidrogenadas –un veneno que eleva los niveles de colesterol- o controlar el nivel de sal y de azúcares añadidos son algunas de las claves que solo podemos aplicar si nos detenemos unos minutos a saber de qué está compuesto un determinado producto. Pero además de todos estos componentes, nos topamos con los llamados número E, cuya sola presencia ya genera alerta a los consumidores.
Aditivos controlados por la Unión Europea
Los números E son los códigos asignados a los aditivos alimentarios en el marco de la Unión Europea. La E significa Europa y la numeración va desde el 100, agrupándose en conjuntos que se corresponden con una propiedad: colorantes (100), conservantes (200), intensificadores de sabor (600), espesantes, estabilizantes y emulsionantes (400)… Este código garantiza que el aditivo ha sido sometido a controles sanitarios y ha superado varias condiciones: que su consumo sea seguro, que su eficacia se haya demostrado y que no induzca a error.
¿Una demonización justificada?
Inevitablemente generan una sensación de química y esto hace que provoquen rechazo. Sin embargo, no todos los aditivos son puramente químicos, ya que muchos de ellos se extraen de fuentes naturales. Los números E no solo están en las comidas preparadas o los dulces procesados, algunos están en el pan, el embutido o se utilizan para que la fruta brille. Sin estos aditivos, nuestra percepción de la comida cambiaría radicalmente.
Los colorantes, por ejemplo, son tintes alimentarios que se usan para potenciar el tono, por ejemplo, de hortalizas en conserva, pues nuestra mente relaciona el color con el sabor; el color es lo que guía la percepción del gusto y todo lo que es atractivo para la vista nos resulta más atractivo para el estómago. Los hay artificiales y los hay que se extraen de la naturaleza, como el E120, que tiene su origen en el ácido carmínico rojo que produce un insecto llamado cochinilla y que le da ese color característico de las guindas de las tartas.
Una manzana tiene caroteno (E160) y el parmesano o los champiñones glutamato, todo de manera natural. Que tenga una nomenclatura asignada para estandarizar el sistema no quiere decir que los aditivos sean peligrosos solo por el hecho de haber sido añadidos.
Los números E que debemos evitar
Que sean seguros no quiere decir que sean saludables, pero no podemos dejarnos llevar por el subconsciente ya que más perjudicial que un número E es, por ejemplo, una gran cantidad de azúcares añadidos o grasas hidrogenadas. Sin embargo hay algunos códigos de la lista que, aún sin estudios que hayan conseguido demostrar ciertamente que tienen consecuencias cuestionables, se están retirando de manera natural y/o debemos evitar su consumo. Es el caso del E102, que se relaciona con hiperactividad en niños, E161, sobre el que la OMS ha alertado por sus posibles efectos sobre el hígado, E214-215-219-219 porque podrían afectar al sistema endocrino, los E320-321 pues se relacionan con el cáncer, E472-476 por posibles daños renales o el E952, que directamente está prohibido en EEUU.