Las tendencias en alimentación parecen evolucionar a toda velocidad en estos tiempos recientes. En los últimos años, los alimentos ultraprocesados de todo tipo habían copado supermercados, despensas y neveras como el falso reflejo de una buena evolución a la hora de comer. Pero, recientemente, se está extendiendo cada vez más la importancia de basar nuestra alimentación en comida auténtica y en la verdadera dieta mediterránea, dejando a un lado la comida precocinada y procesada con químicos.
Para ello, nos encontramos en un momento de reencuentro con la esencia de nuestra gastronomía, que quizás habíamos dejado algo de lado: nuestras frutas, verduras, legumbres y el aceite de oliva, despiertan la admiración de los foodies más exquisitos en todo el mundo. Pero, por otro lado, descubrimos nuevas posibilidades a la hora de comer que parecen igual de saludables, y nos aportan nuevos sabores y posibilidades a la hora de cocinar. Y en ocasiones, parece que tradición y modernidad se enfrentan al hablar de determinados alimentos, como ocurre en el caso de los garbanzos y la soja, dos semillas que representan dos corrientes opuestas.
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La sencillez del garbanzo frente a la elaboración de la soja
El garbanzo es una de nuestras más apreciadas legumbres desde la época de los griegos y los romanos; siempre se ha asociado a un buen puchero y, cómo no, al cocido tradicional, con sus múltiples variantes en las diferentes regiones. Parece que en los últimos tiempos no le hemos hecho demasiado caso, quizás por resultarnos muy evidente a la vista, y por desconocimiento de todo su valor nutricional.
En la última década, en cambio, la soja, una semilla similar al garbanzo y procedente de la gastronomía asiática, ha llegado pisando fuerte: bebidas vegetales de soja, tofu, miso, proteína en polvo… alcanzan a cerca de millón y medio de consumidores en nuestro país.
Está claro que a la soja cada vez se le tiene más cariño, mientras que lo nuestro con el garbanzo es más bien una especie de reconciliación, que no parece alcanzar la emoción que ofrece un nuevo amor. Si analizamos las propiedades de ambas semillas, nutricionalmente son bastante similares, aunque los garbanzos tienen menos grasa y la soja tiene un mayor valor proteico; de hecho, esa es una de sus grandes virtudes.
Eso sí, los garbanzos los comemos tal cual, simplemente bien cocidos en el guiso correspondiente, lo que supone un procesamiento mínimo de la legumbre. En cambio, la soja, a menos que nos comamos las vainas de edamame cocidas (un excelente aperitivo, por cierto), suele ser sometida a diferentes procesos industriales en los que se le añaden estabilizadores y edulcorantes. Son necesarios para su conservación y para acabar con el sabor amargo que poseen.
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Hazle sitio a los dos en tu cocina
El garbanzo es uno de los mejores amigos que tu dieta va a conocer, así que vuelve a encender los pucheros y deja que te ayude a regular el tránsito intestinal, a reducir el colesterol en sangre, a cuidar de tu corazón, a bajar la presión sanguínea, a controlar tu peso por su efecto saciante y sus pocas grasas, y a mantener la salud.
La forma más habitual de tomarlos fuera de casa en hummus, que ya se ha convertido en un clásico adquirido de nuestra gastronomía; y cada ve cobra más fuerza la tendencia de tostarlos es casa y sazonarlos para tomarlos como aperitivo.
La soja tiene mil maneras de presentarse en nuestra cocina y, aunque intentemos buscar la manera más artesanal y saludable de consumirla, es bueno contar con ella, ya que es rica en proteínas, ayuda a prevenir la osteoporosis, los sofocos de la menopausia o el colesterol. Ante todo busquemos una alimentación saludable, que nos permita disfrutar de lo más rico de nuestra gastronomía, e incorporar nuevos alimentos ricos y saludables.
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