Para educar a tus hijos en la resiliencia, debes empezar por ti
El estrés y la sensación de caos que a veces produce criar a los hijos es una razón por la que en más de una ocasión sentimos que nuestra paciencia se desborda. Sin embargo, aplicar resiliencia a la crianza no solo es importante para sobrellevarla, sino también para educar a los niños en un ejemplo a seguir.
Educamos a nuestros hijos con la esperanza de que sufrirán menos que nosotros, y que en el caso de ser necesario, afrontarán los retos y los cambios con mayor preparación emocional. Queremos dotarlos de toda la ayuda y experiencia que atesoramos pero, sin embargo, a veces este traspaso de conocimiento resulta muy difícil de transmitir, pues no es una cuestión intelectual, sino vivencial.
Sin embargo, se ha demostrado que la resiliencia de los padres se transmite a los hijos mediante un patrón de conducta que los niños identifican desde su edad más temprana. En este detalle reparó el psiquiatra clínico Daniel J. Siegel en su investigación sobre cómo el comportamiento de los padres influye en el de los hijos, y en qué manera la actitud frente a los altibajos de la vida se transmite de generación en generación.
Ellos mismos son para nosotros el primer reto al que nos verán reaccionar
Tener hijos supone un cambio de nuestra vida de dimensiones colosales, porque todo nuestro mundo deja de orbitar alrededor de nuestras propias necesidades y se vincula a las del nuevo ser que llega a casa. Cuando los niños queman etapas y ya tienen una relación consciente con su entorno, como padres seguimos afrontando cambios, producidos por la convivencia con los niños.
De forma subconsciente, los niños identifican, analizan y procesan cuál es nuestra forma de proceder con su comportamiento: cómo afrontamos sus desafíos, sus propios problemas, y en qué medida mantenemos una resiliencia emocional cuando las circunstancias nos desbordan. De esta manera, según Siegel, con nuestra propia actitud frente a ellos estamos tallando sus herramientas para enfrentarse a la vida.
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Mecanismos que nos ponen a prueba
Los bebés lloran, gritan y son una máquina de caos. Esta es una consecuencia de que su autocontrol está todavía sin desarrollar. Sin embargo ¿Cuál es tu grado de autocontrol? ¿Puedes enfrentarte a sus estímulos de comunicación sin quebrarte?
Según Katherine Reynolds Lewis, una reputada periodista especializada en psicología del comportamiento, si como padres no conseguimos afrontar con resiliencia el caos que produce un bebé y lo consideramos un problema grave que solucionar, probablemente no estemos preparados para afrontar el resto de etapas que están por llegar. Porque ante lo que es natural y parte de un proceso de evolución, como los llantos y las lágrimas, estamos malentendiendo que se trata de una debilidad por parte del bebé, y de un comportamiento que debe “solucionarse”.
La psicóloga clínica Laura Markham va en la línea de Lewis, y explica que cuando nos vemos superados por un comportamiento estresante por parte de nuestros hijos, que en realidad denota que sienten inseguridad, cansancio, miedo, y nosotros lo interpretamos como pura inmadurez y le culpamos de sus actos poniéndoles bajo la vara de medir de los adultos, estamos cometiendo un grave error que, por un lado, demuestra poca empatía y resiliencia, y por otro, no nos cualifica para poder transmitirles esta capacidad.
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Empatía, es la clave
Por fortuna, si hay una situación que seguro hemos vivido a la inversa es la infancia. Es decir, nadie enseña a ser madre, pero todas hemos tenido infancia y podemos transportarnos de regreso gracias a nuestros hijos.
La maternidad se puede afrontar como una época de redescubrimiento de lo que supuso ser pequeño. Si prestamos atención, las sensaciones de niñez pueden volver a nuestros sentidos gracias a nuestros hijos. Y también el recuerdo de percibir cómo se comportaban nuestros padres en función de nuestras demandas.
Cuando reprendemos a nuestros hijos, o les explicamos dónde están los límites, es vital entender primero bajo qué óptica medir sus actos, cuáles han sido realmente sus motivaciones y dónde están los límites que no han entendido. Si convivimos con nuestros hijos recordando plenamente lo que significó ser niño les entenderemos, empatizaremos, demostraremos mayor coherencia, y probablemente les educaremos bajo valores resilientes de los que tal vez no gozamos en nuestra infancia.
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