Aristóteles se refería a la virtud como una disposición voluntaria adquirida, que consiste en un término medio entre dos extremos malos, el uno por exceso y el otro por defecto. Cierto es que el filósofo dedicó mucha tinta a esta cuestión, pero este pequeño extracto es suficiente para ilustrar que los excesos nunca son buenos y que acaban abocando al desequilibrio. Ni siquiera tener un exceso de algo considerado como 'bueno', como es el caso de la responsabilidad, es positivo. El síndrome de la hiperresponsabilidad es el del 'tener que', del 'debo', del 'necesito hacer'… una cadena de exigencias que acaban rigiendo el día a día y que conllevan estados de ansiedad y frustración.
Sacar las mejores notas, vestir impecablemente, luchar para conseguir las metas laborales… tengo, tengo, tengo. Desde pequeños, recibimos una educación dirigida hacia el esfuerzo y la superación, los códigos sociales nos exigen ser impecables y los entornos de trabajo fomentan la competitividad. Todo ello genera un escenario que hay que aprender a gestionar, pues si nos hacemos cargo de todas estas exigencias y las queremos llevar a fin, acabaríamos presos del perfeccionismo y alejándonos de nuestras necesidades reales. Por ello, y más en las sociedades actuales, es tan importante encontrar espacios para uno mismo, tomar conciencia de presente y colocarse en la emoción para despejar la mente. De ahí el auge de disciplinas como el yoga, el pilates o el mindfulness.
Las consecuencias de ser hiperresponsable
Ansiedad, depresión, fibromialgia, obsesiones, trastornos de la conducta alimentaria y de la imagen corporal, adicciones, anomalías de la personalidad, dificultades en la comunicación interpersonal o familiar, etc. Según Manuel Álvarez Romero y Domingo García Villamisar, autores del libro El Síndrome del perfeccionista: el anancástico, estos son algunos de los procesos psicopatológicos y psicosomáticos en los que puede influir esta conducta excesiva y desgastadora.
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En cuanto a las relaciones sociales, "sufre y hace sufrir viendo frustrada su buena voluntad y empobrecida su actividad generosa. Cuando surge la contradicción entre los resultados negativos y la aspiración natural a lo bueno, lo perfecto", apuntan los expertos. Al exigirse tanto a sí mismos también se lo exigen a los demás, por lo que es difícil que el otro esté a la altura de sus expectativas.
La hiperresponsabilidad no es una virtud sino una trampa. Si las cosas no salen como se esperan entran en juego sentimientos de frustración, vergüenza y culpa por no haber 'dado la talla'. Jamás se siente satisfecho porque siempre piensa que lo podría haber hecho mejor.
Educación desde la exigencia
Cuántos padres piensan que si educan a sus hijos en la exigencia de un resultado cada vez mejor estarán fomentando el esfuerzo y la superación, valores que les ayudarán en la edad adulta. Sin embargo, este tipo de modelos suelen tener como resultado hijos inseguros, tímidos y con baja autoestima. Acaban creando un pequeño juez que vive dentro de ellos y les castiga y reprende, siendo incapaces de desarrollar sus capacidades de una manera sana.