Si no puedes dejar de pensar en patatas fritas o chocolate, sufres de apetito hedónico
Picar cuando ya hemos comido es una costumbre reciente. Nuestro organismo está diseñado para saciarse y no pedir más comida hasta que realmente la necesita. Sin embargo, cuando el placer que nos produce la comida sobrepasa la saciedad, se dice que sufrimos de 'apetito hedónico'.
Todo lo que nos pide nuestro organismo tiene un motivo. La sensación de sed, el agotamiento o el hambre son avisos para que nos hidratemos, descansemos o nos alimentemos. Sin embargo, probablemente reconozcas que hay muchos momentos en los que sabes que no tienes hambre, y sin embargo te apetece comer.
Aquello que se nos pasa por la mente cuando queremos comer, aunque no tengamos hambre, son alimentos apetecibles que asociamos al puro placer, a veces culpable: patatas fritas, un trocito de pastel, galletas, chocolates, encurtidos… Claramente no buscamos un objetivo nutricional, sino lúdico. A este tipo de hambre se le llama apetito hedónico.
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El cuerpo recompensa que le escuches
Las necesidades fisiológicas más urgentes obtienen una gratificación cuando sabes escucharlas. Cuando haces que cese un dolor, el descanso es placentero.
De la misma forma ocurre con el proceso saciante de la alimentación. Cuando nos nutrimos, obtenemos la recompensa de disfrutarlo y de atesorar sensaciones gustativas y mecánicas en nuestro paladar y músculos de la boca, que se asientan en nuestra memoria y a los que deseamos regresar aun cuando no tenemos hambre.
El apetito hedónico es un capricho, una sensación de hambre inducida por el deseo de saborear y de reproducir ese placer que mantenemos cuando nuestro cuerpo nos pide nutrirse, aun cuando no es necesario, por puro placer.
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Una hormona es la responsable
La ciencia ha determinado que existe una hormona asociada a comer tan solo por placer, y la necesidad que nace en nosotros de saborear y masticar sin un objetivo alimenticio. En un estudio publicado por la revista Journal of Clinical Endrocinology & Metabolism, se describe cómo segregramos en estos casos la hormona grelina, que es la de hambre por placer.
Esta hormona inhibe las señales de saciedad que nuestro aparato digestivo está emitiendo al cerebro, ignorándolas y haciendo que no nos percatemos de que ya no es necesario comer más porque nuestro organismo está servido de todos los nutrientes que necesita. Esto ocurre, según los científicos, porque esta hormona puentea la saciedad buscando alargar la sensación de placer cuando comemos aquello que nos gusta, aun cuando cometemos un exceso. Se activan señales químicas endógenas que prometen un placer gratificante, aunque no exista una razón fisiológica para mantenerlas.
Placer culpable que eleva la obesidad
El estudio hace referencia a que esta forma de comer, cuando percibimos una sensación de apetetito hedónico, constituye un factor importante para el continuo aumento de la obesidad, porque los alimentos que nos apetecen nos son precisamente los más saludables, los que aportan más fibra saciante, ni los que resultan nulos de calorías. Al contrario.
Los alimentos que nuestro cerebro pide cuando experimentamos el apetito hedónico son productos muy salados o muy dulces, generalmente ultraprocesados, y por tanto con un alto aporte de azúcares y grasas que resultan completamente innecesarias para nuestra alimentación. Según los investigadores, solo comprendiendo estos mecanismos fisiológicos del “hambre por placer” podremos poner solución a la epidemia de la obesidad, que es una de las mayores amenazas de la salud pública que vive occidente, según la OMS.
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