Si a veces es difícil determinar cuándo una relación se da por iniciada, mucho más complicado es darla por cerrada. Las señales de que algo no va bien comienzan siendo muy sutiles, y si no se abordan, afloran sentimientos muy negativos que en ocasiones nos hacen mirar hacia otro lado y obviarlos. De esta manera, saber dónde poner el punto y final para una relación de pareja se convierte en una decisión muy compleja.
Sin embargo, no es difícil hacer una comparación con cómo se inició la relación y en qué punto está. Al inicio deseamos compartir hasta el último minuto con esa persona, tratamos de contarle todo lo que pasa por nuestra cabeza y hasta la última anécdota del día, y disfrutamos de todo lo que nos dice: queremos empaparnos e imbuirnos en aquello que le rodea y le motiva. Sentimos emoción cada vez que se aproxima la hora de estar a su lado y de compartir tiempo. Y “te quiero” sale de nuestros labios sin remedio y sin pausa, y lo escuchamos de su boca de la misma manera.
Claramente, las relaciones maduran, pasan por épocas de estabilidad y el nerviosismo y excitación de los primeros momentos dejan paso a una convivencia menos apasionada y emocionante, pero que realmente se basa en el mismo principio: disfrutar del tiempo que se pasa juntos, y desear que sea el máximo posible. Cuando esto ya no es así podemos entender que la relación está viviendo un retroceso.
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Distanciamiento por razones externas
A lo largo de la vida hay momentos en los que no podríamos asegurar entendernos ni siquiera a nosotros mismos, porque los momentos de inestabilidad personal son normales, y esto puede repercutir a la relación de pareja. La pérdida de un ser querido, la inestabilidad laboral, los conflictos familiares, crisis profesionales o problemas económicos, son motivos para atravesar épocas conflictivas con nosotras mismos, que pueden sacudir también a la relación de pareja y hacer mella en el ánimo de ambos.
Pero depende de la fortaleza de la relación de pareja que las crisis externas puedan generar épocas de tormenta y añadan una distancia entre ambos. O que por el contrario, sea una situación que os haga estar más unidos para sobrellevar la carga de la crisis, apoyaros y apaciguaros.
En este sentido, la crisis también son indicadores de la salud de una relación. Si sois capaces de pasarlas unidos, y de hacer de la relación un cobijo y una defensa hacia los problemas externos, la fecha de caducidad de vuestra relación aún no estará fijada. Pero si por el contrario, a cada crisis hay un distanciamiento la relación se convierte en un vaso pendiente de ser colmado.
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Cuando el problema está en la pareja
La falta de comunicación dentro de la pareja y la pérdida de empatía son las causas clásicas por las que se genera una brecha dentro de la relación que, si no se remedia, se hará más y más grande hasta situaros muy lejos el uno del otro. Porque cuanto más distancia emocional os separe, más fácil será que os planteéis ¿yo aporto más a esta relación? ¿no se me valora lo suficiente? ¿por qué yo no disfruto de los planes? En ti y a la inversa surgen dudas que denotan la desconexión.
Porque además, cuanto menos nos comunicamos o cuando surgen conflictos entre ambos que no se zanjan debidamente y en los que incluso puede llegar a perderse el respeto, se entra en una zona de tristeza que, si es suficientemente larga, conduce a la indiferencia y al tedio.
Es en ese momento cuando debe surgir de forma inevitable la gran pregunta. ¿Realmente tiene sentido esta relación? ¿Estamos auto-engañándonos creyendo que merece la pena seguir adelante?
La dificil frontera de la ruptura
Pensar en una ruptura requiere proyectar sobre nuestra imaginación el arduo camino para afrontarla. Imaginar que existe un botón mágico que al ser pulsado nos sitúa en una realidad paralela, sin pareja, puede ser un indicador de si realmente deseamos y vemos conveniente ese cambio. Sin embargo, el botón no existe, y cuando pensamos en una ruptura inevitablemente se nos viene a la cabeza el traumático trayecto que nos conduciría a la separación.
Poner el tema encima de la mesa ya es doloroso, y abre un antes y un después. Por un lado, plantear la ruptura puede convertirse en un ultimátum para retomar la relación con más fuerza, y en ocasiones con más autoengaño. Además, cuando se plantea una separación, esta viene asociada a multitud de implicaciones logísticas, legales y familiares a las que hacer frente, en función del nivel de relación al que hayáis llegado. Si compartís casa, si pagais una hipoteca juntos, si vuestras familias os adoran, si compartís un mismo núcleo de amigos… Todo esto son motivos para el autoengaño, para seguir pasando una semana más sin plantear la ruptura. Y sin embargo solo retrasamos la pregunta más importante ¿eres feliz?
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