Construir nuestra personalidad y expresarla al mundo es una cuestión cultural. Las herramientas tecnológicas de las que disponemos ahora no son equiparables en ninguna época anterior. Y mucho se ha advertido sobre los efectos perjudiciales que puede tener un uso desmedido de las redes sociales y un interés continuo por hacernos selfies, pero también hay algo positivo.
Cada vez que nos miramos para hacernos una fotografía a nosotros mismos estamos poniendo en valor aquello que nos satisface de nuestra identidad, en el plano más inmediato: nuestra imagen. Un selfie requiere el suficiente amor propio para fotografiarnos sin una razón especial ni un fondo atípico, solo porque sí.
Al hacernos selfies, estamos obviando los defectos que podrían acomplejarnos y aprendemos a convivir con ellos, sacándoles partido, minimizándolos o integrándolos en la completa normalidad. Esto sube nuestra autoestima, porque permitirnos “jugar” con nuestra imagen, gustarnos y potenciarnos, deja de ser un acto reservado a la intimidad, es decir, al espejo de nuestra habitación, y nos sentimos libres para sonreír al móvil y guiñarnos un ojo a nosotras mismas allá donde estemos.
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Todo uso positivo de la tecnología tiene su cara oscura
Cualquier beneficio, llevado al límite se convierte en un problema. Cuando abusamos de los selfies estamos desligando la realidad, y ejercemos de Narciso, enamorado de sí mismo y ensimismado con el reflejo de su propio rostro en el espejo. Esta cuestión puede llegar a dar la vuelta completamente a todos los rasgos positivos de los selfies y generar una imagen irreal de nosotras mismas.
Además, quien continuamente está deteniendo el fluir de la rutina para hacerse un selfie, también es visto por los demás como una persona ególatra que ha perdido el equilibrio entre la anécdota y la diversión. Si los demás perciben que somos ególatras, esto puede generar un sentimiento de rechazo y posteriormente un efecto rebote en nuestra autoestima.
Además, cada vez se están popularizando más las aplicaciones que permiten deformar en tiempo real nuestra imagen, añadirle atrezo e iluminar el rostro de tal forma que de manera instantánea desaparecen las ojeras, los ojos se agrandan sensiblemente, y las mejillas lucen ruborizadas. Estas aplicaciones son divertidas, pero sacadas de contexto pueden deformar la imagen que tienes de ti misma, y generar un impacto negativo en tu autoestima al comprobar que aquello que ves en la pantalla no se corresponde con quién eres realmente.
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Tus selfies te darán la pista de si los usas de forma equilibrada.
Si en tus redes sociales, concretamente en Facebook o Instagram publicas habitualmente fotos, echa una ojeada a tu muro ¿son todas iguales? ¿En todas sales posando? ¿En todas tienes la misma expresión en los labios? Si es así, plantéate que la red social te está dando una prueba inequívoca de que te has convertido en un Narciso. No puedes tener dos fotos casi iguales, y sin embargo no es difícil encontrar perfiles así.
Si haces fotografías modificadas digitalmente para añadir atrezzo o cambiar tu fisionomía, no las envíes a otras personas a menos que tengan un objetivo divertido o de juego. Si haces que los demás te vean como realmente no eres, te estás perjudicando, porque el auténtico beneficio del selfie es aprender a quererse a una misma, y no cambiar la realidad para disimularla.
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