Es habitual en países como el nuestro que el alumbrado público ilumine intensamente las calles durante la noche. Esto se intensifica en Navidad, con las luces que recorren nuestra geografía, no solo en plazas y enclaves con tradición navideña, sino que este alumbrado navideño se extiende a decenas y cientos de calles de cada municipio, según su extensión.
Este esfuerzo en alumbrar, que a priori nos hace sentir más seguros a lo largo del año, y además resulta muy estimulante en Navidad dando un guiño de ilusión a la fisonomía de nuestras calles, también se traduce en otro tipo de contaminación muy a tener en cuenta: la contaminación lumínica.
En qué nos afecta la contaminación lumínica
Podríamos pensar que cuanto más luz, mejor, porque más adornadas están las calles, y si se trata de alumbrar siempre podremos sentirnos más seguros caminando por una avenida bien iluminada que por una apenas visible en noche cerrada.
Sin embargo, se sabe que la luz nocturna tiene una incidencia negativa en la salud del ser humano. Nuestro organismo solo es capaz de liberar melatonina cuando estamos inmersos en la oscuridad, y esta hormona es fundamental para nuestro descanso. Esta reacción viene heredada de épocas en las que de forma natural, de día había luz y de noche oscuridad.
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Cuando convertimos a nuestras ciudades en entornos donde la oscuridad no obtiene su lugar llegada la noche, estamos empujando a nuestro cuerpo a limitar sus procesos naturales por los que identifica que ha llegado el momento de descansar. Y esto que hace a España el país más iluminado de Europa se intensifica en Navidad, pero sin embargo ocurre también a nivel doméstico en nuestros hogares, no por la luz de lámparas o el árbol de Navidad, sino por el uso del móvil. Las potentes pantallas de nuestros smartphones lanzan una luz blanca sobre nuestros ojos que observada de noche produce el mismo efecto contra la producción melatonina en nuestro cuerpo.
Pero el exceso de luz por la noche no solo tiene efectos sobre el descanso de los humanos, también es la culpable de que en España hayan desaparecido hasta 56 especies de aves, de las que 24 de ellas ya estaban clasificadas como especies en peligro de extinción. Según el CSIC, la alta luminosidad nocturna de nuestro país produce deslumbramientos en las aves, intensificando sus choques nocturnos y persuadiendo a ciertas especies a esquivar nuestro país durante sus rutas migratorias para evitar la contaminación lumínica que deberían soportar.
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Contaminación lumínica, una cuestión de color
Existen dos tipos de luz, la cálida y la fría. La primera es más anaranjada y hace que nuestro cuerpo interprete de forma instintiva que está en una fase calmada, cercana a la oscuridad. Sin embargo la luz fría, la que tiene un tono blanco, impacta en nuestro ánimo haciéndonos creer que estamos a pleno día. Estos tonos de luz son intercambiables simplemente teniendo en cuenta el tipo de bombilla que se utiliza para alumbrar.
La luz más respetuosa con nuestros ciclos vitales, para la noche, sería la anaranjada (cálida), porque apela a nuestro sentimiento de noche. Esta cuestión no es superflua, incluso en los viajes espaciales los astronautas están sujetos a estos cambios, y la NASA diseña sus habitáculos de forma que se reproducen los ciclos diarios de luz: por la mañana se les alumbra con luces blancas para que su organismo active las funciones de energía propias del pleno día, y por la tarde noche esa luz se torna en cálida para ir favoreciendo el descanso de los astronautas. Por eso son las luces más recomendables para tu hogar al llegar la noche.
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