Se acerca la Navidad, fechas entrañables en las que parece despertar lo mejor de nosotros mismos. Nos contagiamos de ese sentimiento de felicidad y gratitud y nos prodigamos en gestos solidarios: banco de alimentos, carrera solidaria, donaciones, etc. Pero, ¿somos así por naturaleza? Según la ciencia, sí. Así lo vio un estudio realizado por la Universidad Pompeu Fabra y la Autónoma de Barcelona. La investigación observó que la generosidad no solo es innata, sino que además depende del entorno social en el que nos movemos.
Así lo opina también el psicólogo Miguel Ángel Rizaldos. “El ser humano es eminentemente social, gracias a que hemos colaborado unos con otros hemos podido sobrevivir y progresar. Por ello la generosidad nos hace sentir bien, nos genera bienestar porque nos facilita el que tengamos mayor contacto los demás”. Ahora bien, también tenemos que mirar por lo nuestro. “Pensar en nosotros no tiene que ver con el egoísmo, ya que cuidarse es psicológicamente sano”, recuerda el psicólogo.
- Relacionado: ¿Ser felices depende de nosotros o de nuestros genes?
Beneficios de ser generosos
Ser generoso merece la pena. “Está más que comprobado que es mejor para nuestro bienestar el ser generoso que egoísta. Gastar en los demás da más felicidad que invertir en uno mismo. Así lo observó un estudio en el que unos investigadores ofrecieron dinero a estudiantes de la Universidad de Columbia Británica (Canadá) y les dijeron que podían gastarlo en ellos o en otras personas. Al final del día, aquellos que lo gastaron en los demás se sentían mejor que quienes lo hicieron en ellos mismos”, relata el psicólogo. ¿Por qué? Al parecer, hay una explicación científica.
Cuando decidimos ser generosos o altruistas, se producen cambios en nuestro cerebro, en concreto, en la región que controla la felicidad, según confirmó un trabajo publicado en la revista médica Nature.
¿Por qué somos tan tacaños?
Pero, a pesar de los múltiples beneficios de la generosidad, el ritmo de vida actual impone un estilo de vida más individualista. Para muestra, un botón: ¿cuándo fue la última vez que te interesaste por tus vecinos y les preguntaste si necesitaban algún tipo de ayuda? ¿y con tus compañeros de trabajo? ¿Les has echado una mano para hacerles el trabajo más fácil? O ¿recuerdas cuándo ha sido la última vez en la que alguien te ha pedido un favor y te has negado? Seguro que habrás encontrado una buena razón para no atender a su petición, ya que siempre encontramos justificaciones a nuestro egoísmo. Pero lo cierto es que esta actitud nos hace un flaco favor.
"Desde la psicología sabemos que el ser generoso no es un mero sentimiento noble que aplicamos solo cuando las cosas van bien. Es más, es una necesidad. La cooperación con nuestros compañeros de trabajo debe primar por encima de la competencia. Las personas altruistas deben trabajar juntas y, entonces, tendrán ventaja sobre la gente egoísta, que sólo se queja. La falta de generosidad está directamente relacionada con la baja autoestima, y falta de seguridad lo que a su vez provoca ausencia de bienestar psicológico”, alerta el experto.
- Relacionado: ¿Existe realmente un egoísmo sano?
VER GALERÍA
Trabajar para ser mejores
Sin duda podemos trabajar la generosidad. De hecho, se ha visto que, a medida que envejecemos, nos volvemos más generosos. Un estudio de la Universidad de Oregón (EE.UU) señala que el altruismo es más fuerte a partir de los 45 años. Las experiencias vitales y la religión juegan un papel importante, mientras que el sexo, el partido político o el dinero no son significativos.
¿Cómo ser entonces más generosos? "La clave principal es practicar la empatía, ponerse en el lugar del otro. Hacer aquello que nos gustaría que nos hicieran. Eso sí, sin buscar nada a cambio, solo por la motivación genuína de querer ayudar a los demás. Estas acciones generosas nos harán sentir bien, solo por el hecho de llevarlas a cabo", concluye Miguel Ángel Rizaldos. Y poco a poco, lo convertiremos en una costumbre.
- Relacionado: 5 claves para desarrollar nuestra inteligencia emocional