La diversidad emocional o emodiversidad se define como la capacidad para sentir una gran variedad de emociones, tanto positivas como negativas. Es una capacidad que está relacionada con un mayor bienestar mental y físico. Pero, ¿por qué? Si pensamos en otros ejemplos de diversidad es fácil de entender. Como el caso en el que gracias a la variedad de árboles que se plantan en un terreno esa tierra sigue siendo utilizable. Sin embargo, cuanto más se acota la plantación a un solo tipo de árbol, esta especie se instaurará y dominará la tierra perdiendo su potencial fertilizante y acabará por no poder asumir más plantaciones y enfermando.
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La diversidad emocional es clave para el bienestar
La psicóloga y directora de la Unidad de Psicología General de Instituto Centta, Giulia de Benito, nos recuerda que "la dictadura del positivismo nos entrena para buscar un estado emocional general y positivo que nos indique que todo va bien y que somos felices. Si tomamos esta búsqueda como punto de partida no parece muy conveniente enfrentarnos a otras emocionas más 'negativas'. Al final, la tristeza, el enfado, la culpa, la vergüenza, etc., se convierten en los enemigos a combatir en vez de ser estados emocionales que nos permiten gestionar lo que nos ocurre y el desarrollo de una gran flexibilidad y fuerza personal. De hecho, ser capaces de identificar emociones concretas y diferentes por encima de estados generales nos permite obtener información más precisa de lo que nos ocurre y, por lo tanto, elegir la estrategia que mejor se adapte a la situación".
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Dejar de categorizar emociones
De Benito recomienda dejar de categorizar las emociones como negativas o positivas. "Hablemos mejor de estados emocionales agradables y desagradables, y veamos las emociones no sólo como reacciones naturales sino también como cápsulas de información valiosísima", asegura la psicóloga. No todo lo que sentimos como desagradable es negativo y el hecho de que veamos algunas de ellas como negativas nos predispone a combatirlas, a rechazarlas cuando están presentes, a tenerles miedo y a evitarlas.
Basar la percepción que tenemos de nosotros mismos y de los demás en base exclusivamente a emociones agradables es insostenible y potencialmente perjudicial para quien se lo proponga como objetivo. De esta forma, estamos impidiendo que se produzca el aprendizaje que proviene de las emociones que sentimos como desagradables y, por lo tanto, privándonos a nosotros y a los demás de información clave para el crecimiento personal. Además, si nos parásemos a escuchar el amplio rango de emociones que podemos sentir, nos daríamos cuenta de que detrás de cada una de ellas hay una necesidad que necesitamos cubrir. La profesional afirma que "nos estaríamos perdiendo una oportunidad excelente de ponerle conciencia a aspectos de nuestra vida que necesitamos que cambien y de desarrollar habilidades que nos permitan relacionarnos con nosotros mismos y nuestro entorno de forma satisfactoria".
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Trabajar la inteligencia emocional
De las primeras cosas que se trabajan en terapia, en muchos casos es la inteligencia emocional, puesto que muchas de las problemáticas que nos encontramos están originadas y mantenidas por carencias en este ámbito. De hecho, aquellas personas con alta emodiversidad, que se permiten oscilar de forma consciente y saludable entre estados emocionales, pueden alcanzar mayor satisfacción y equilibrio en sus vidas y están más protegidas ante problemas de salud mental en comparación con aquellas personas con baja emodiversidad.
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Aceptar los estados emocionales
Cuando somos niños dependemos de nuestras figuras mayores para aprender a ponerle nombre a lo que nos pasa, a entender por qué y a poder expresarlo de forma adaptativa. Sin embargo, en muchos casos, los padres y madres no saben cómo hacerlo (puede que ellos mismos tengan problemas para la gestión emocional) y entonces aprenden, por ejemplo, que hay emociones que cuando salen hacen daño a los demás. Esto puede traducirse en un adulto que no ha aprendido a gestionar sus emociones y que valora por encima de todo una estabilidad emocional ficticia basada en la búsqueda de la felicidad, desconectado de lo que siente y, por lo tanto, de sus necesidades reales.
La psicóloga de Instituto Centta concluye: "Invito a que demos un paso más allá y que no sólo nos permitamos dejarnos sentir, sino que, además, hagamos el ejercicio consciente de dotar de sentido a cada estado emocional. Intentemos reprogramar nuestro sistema interno, buscando experiencias reparadoras, poniendo a prueba aquello que pensamos que puede pasar si expresamos lo que sentimos y buscando el autoconocimiento a través de la libertad que nos permite relacionarnos de forma sana con nuestras emociones".