La razón por la que, según algunos expertos, una dieta baja FODMAP (por sus siglas en inglés) es beneficiosa para la salud intestinal es porque elimina alimentos ricos en oligosacáridos fermentables, disacáridos, monosacáridos y polioles; es decir, hidratos de carbono de difícil digestión. “Estos carbohidratos tienen en común el hecho de que el intestino delgado no es capaz de descomponerlos y absorberlos en su totalidad, con lo cual una parte significativa permanece en el intestino grueso. Cuando dichos hidratos de carbono sin digerir llegan a este último, absorben fluidos y provocan una fermentación, que a su vez causa problemas de formación de gases, hinchazón, diarrea o estreñimiento… Esto es algo que todo el mundo sufre en cierto grado, pero las personas con Síndrome del Intestino Irritable son más sensibles a la formación de gases y padecen más molestias cuando estos se expanden en el aparato digestivo”, explica Cecilie Hauge, autora de ‘Confort. Recetas para mimar tu estómago’ (Libros Cúpula), quien fue tratada con una dieta baja en FODMAP tras ser diagnosticada de este trastorno digestivo.
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La dieta FODMAP: ¿una solución para el colon irritable?
Desde que fue desarrollada por la doctora Sue Shepherd de la Universidad de Monash de Australia en 1999, varios estudios han demostrado la relación entre alimentación y los síntomas del Síndrome del Intestino Irritable (SII). La última investigación llevada a cabo por Shepherd y su equipo en 2013 determinó que el 70% de los pacientes con SII notan una mejoría cuando siguen una dieta basada en alimentos bajos en FODMAP.
Como tratamiento complementario en casos de SII, “una dieta baja en FODMAP puede estar recomendada. Sin embargo, es importante que este tipo de dietas se haga bajo un estricto control por parte de un especialista en dietética y nutrición”, apuntaba el doctor Jordi Serra, responsable de la Unidad de Pruebas Funcionales Digestivas del Hospital Germans Trias i Pujol, en el marco de unas jornadas para dar a conocer los avances en el tratamiento de trastornos digestivos como la diarrea funcional o el síndrome del intestino irritable.
¿Qué alimentos son bajos en FODMAP?
El objetivo de la dieta es reducir o evitar los alimentos altos en FODMAP. Por tanto, algunas recomendaciones dietéticas serían:
- Harinas. Debemos tener cuidado con las harinas que elegimos; ya que, en su mayoría, contienen fructanos (altos en FODMAP). Por ello, mejor optar por las harinas más finas. Hay preparados que contienen una mezcla sin gluten de harina de patata, arroz, maíz, sorgo, mijo, trigo sarraceno y quinua. También es seguro usar levadura en polvo y bicarbonato.
- Verduras y hortalizas. Bajas en FODMAP son: espinacas, tomate, zanahoria, pepino, pimiento, cebollino, kale… También, aunque nos parezca extraño pues siempre se han relacionado con digestiones pesadas, la col lombarda o el brócoli.
- Fruta y frutos silvestres. Aquí se incluye el melón, la uva, la naranja, el kiwi, la piña, las fresas, los arándanos, las frambuesas y los plátanos poco maduros.
- Productos lácteos. Serían aquellos sin lactosa, así como los quesos bajos en lactosa (quesos de pasta dura o tipo cottage).
- Carne, pescado y huevos. Estos alimentos son proteínas y, por tanto, están libres de FODMAP.
- El ajo y la cebolla. Son los mayores ‘culpables’ de las molestias digestivas y no están recomendados en una dieta baja en Fodmap.
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¿Qué es el Síndrome del Intestino Irritable?
Según la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD), el Síndrome del Intestino Irritable, más comúnmente conocido como colon irritable, es un trastorno funcional del intestino que se caracteriza por tres síntomas principales: dolor abdominal, hinchazón abdominal y alteraciones del hábito intestinal (estreñimiento, diarrea o ambos). La enfermedad cursa en tres subtipos en función del tipo de alteración del ritmo intestinal: SII-estreñimiento, SII-diarrea o mixto (cuando se alterna estreñimiento y diarrea).
La prevalencia en España es del 8% y aproximadamente un tercio de los pacientes presentan cada uno de los subtipos. Afecta más frecuentemente al sexo femenino, señalándose habitualmente una mayor prevalencia entre los 20 y 50 años. Además, se trata de una enfermedad recurrente, con períodos estables y otros con recaídas, que repercuten en la calidad de vida de los pacientes, sobre todo si éstos ocurren con frecuencia.
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