Hay muchos ejemplos de personas con dislexia que han destacado por su genialidad. Albert Einstein, Steven Spielberg, Walt Disney, Steve Jobs… Sin embargo, aunque, como apunta la investigadora y lingüista española Luz Rello en su libro ‘Superar la dislexia’ (Paidós Educación), “puede ser un catalizador de habilidades, como son la creatividad o el pensamiento visual, la dislexia todavía es un problema social global. Si un niño no lee y escribe correctamente se puede quedar por el camino”.
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Pero, ojo, tampoco se trata de una enfermedad, tal y como durante mucho tiempo ha sido vista por buena parte de la comunidad científica. De hecho, el concepto de dislexia ha ido evolucionando a lo largo de los años. Así, “hasta finales del siglo XIX se empleaba para designar diferentes traumas cerebrales adquiridos y que, de alguna manera, afectan al lenguaje (…). Más adelante, durante muchos años la hipótesis dominante fue que la dislexia estaba causada por deficiencias en el procesamiento visual”. Hoy en día, sabemos –aunque todavía no existe una teoría definitiva y hay varias ampliamente aceptadas- que todas las definiciones de dislexia coinciden en que: “se trata de un problema del lenguaje escrito, no del oral; que no está relacionado con otras habilidades cognitivas o, lo que es lo mismo, no está relacionado con la inteligencia general”.
Entre los psicólogos y los terapeutas profesionales la que se toma como referencia es la de la última edición del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), de 2013, en el que deja de usarse la palabra dislexia y se utiliza un término alternativo –trastorno específico del aprendizaje- para referirse a un patrón de dificultades del aprendizaje que se caracteriza por problemas con el reconocimiento de palabras en forma precisa o fluida, lo que implica dificultades en la lectura de palabras y poca fluidez y comprensión lectora. Además, inciden en que puede manifestarse con dificultades en la expresión escrita (disgrafía) y la matemática (discalculia).
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La dislexia no está relacionada con un coeficiente intelectual ni bajo ni alto
El propio testimonio de Luz Rello, autora de ‘Superar la dislexia’, arroja mucha luz sobre la incomprensión de sufrir un trastorno del lenguaje como este. Tal y como relata en el libro, pasó gran parte de su infancia esforzándose por desarrollar todo tipo de estrategias que compensaran sus errores de ortografía y sus malos resultados académicos; mientras el entorno educativo la tildaba de ‘despistada’. “Todavía en la actualidad, hay niños inteligentes que suspenden en la escuela, y no es porque sean vagos o despistados, sino porque tienen dislexia y no lo saben - se estima que un 10 % de la población sufre dislexia, por lo que en España se calcula que unos 600.000 niños sufren este trastorno-. Además, la mayoría de la gente de su entorno normalmente tampoco lo sabe. El bajo rendimiento escolar sigue siendo uno de los indicadores más frecuentes para detectar la dislexia”, apunta la investigadora.
Por eso, Luz Rello, a pesar de superar la barrera de la dislexia y haberse convertido en una de las investigadoras españolas más brillantes del momento -ha recibido importantes premios y reconocimientos como el Princesa de Girona 2016 y a Mejor Investigadora Joven Europea-, no quiere subirse al barco de la dislexia por aquello de que está de moda ser diferente. Aunque reconoce que en áreas como el arte sí puede ser una fortaleza.
Un test para detectar la dislexia
De hecho, su proyecto Change Dyslexia, desde el que trabaja junto a un equipo interdisciplinar en la detección precoz de la dislexia para ayudar a superar las dificultades de aprendizaje que genera, se basa en desarrollar las fortalezas de las personas con dislexia gracias al procesamiento del lenguaje natural, un área de la inteligencia artificial que se dedica al lenguaje. De modo que, a través de una combinación de patrones y ensayo-error, ha sido capaz de desarrollar una aplicación gratuita que, además de potenciar las habilidades de lectura y escritura mediante el juego, permite detectar la dislexia en 15 minutos a través de un test llamado Dytective. Una herramienta que ya ha sido empleada, por ejemplo en la Comunidad Autónoma de Madrid, usando una muestra de más de 1.800 niños de entre siete y once años de un total de 17 centros públicos, y que detectó un prevalencia de la dislexia entre un 5 y un 8%.
“De pequeña detestaba mis fallos, pero ahora les digo a todos los niños que deben valorarlos, porque en sus fallos está la clave para superar sus dificultades. Me parece increíble que al final encontramos en nuestros propios errores el remedio para corregirlos. Y lo que me parece maravillosamente insólito es que, tras toda mi vida buscando, al final, la solución para la dislexia estaba dentro de las personas con dislexia”, concluye la autora en el prefacio de su libro.