Cuando hablamos de colesterol siempre saltan las alarmas. Pero hay dos tipos y, aunque parezca una denominación simplista, a uno se le llama “colesterol bueno” y a otro “colesterol malo”, porque uno es beneficioso para nuestra salud y el otro puede ser perjudicial si no controlamos sus niveles.
El colesterol es un lipoproteína que está en nuestra sangre. El peligro del “malo” es que cuando está presente en nuestra sangre en cantidades no recomendadas, puede detener su viaje a través de los vasos sanguíneos y alojarse en las paredes de las arterias, ocupando su grosor al formar placas que pueden convertirse en un coágulo y bloquear el flujo sanguíneo. Esta situación siempre es peligrosa, pero lo es más cuando las arterias bloqueadas están en el corazón o en el cerebro, lo que podría producir un infarto cerebral o cardíaco.
Sin embargo, el colesterol bueno tiene como misión acabar con el colesterol malo, y para ello le hace fluir por el sistema sanguíneo y le transporta hacia el hígado, para ser procesado y eliminado. Minimizando de esta forma la posibilidad de que se aloje en las arterias y forme bloqueos.
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El colesterol bueno
A este colesterol se le denomina HDL, “High Denstity Lipoprotein” (lipoproteína de alta densidad). Los estudios concluyen que aquellas personas con bajos niveles de colesterol bueno, por debajo debajo de 50 mg/dL en las mujeres y de 40 mg/dL en las hombres, son más propensas a sufrir ictus e infartos cardiacos. Por el contrario, por encima de esas cifras podríamos considerarnos protegidos, pues las investigaciones demuestran que quienes tienen un alto nivel de este colesterol tienen mayor longevidad, una cognición mejor a edades avanzadas y menor riesgo de ictus.
Además, este colesterol tiene una función primordial en el mantenimiento de las arterias, dado que una de sus facultades es ser antioxidante, lo cual evita que el colesterol malo reaccione con el oxígeno y endurezca y comprima las arterias, lo cual daría como consecuencia la llamada enfermedad arterial coronaria.
Es también antiinflamatorio, lo que es de vital importancia porque la inflamación del corazón puede provocar aterosclerosis y, a la larga, formar coágulos que pueden bloquear las arterias y producir ataques cardiacos e ictus.
El colesterol bueno se potencia con el ejercicio físico, y además lo podemos encontrar en el aceite de oliva, frutas, verduras, legumbres y pescados.
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El colesterol malo
En inglés se le denomina “Low Density Lipoprotein”, LDL (lipoproteína de baja densidad), y nuestra salud depende de que produzcamos menos de este tipo de colesterol que del bueno. Cuando el bueno está en minoría, es cuando debemos preocuparnos y modificar nuestra alimentación y valorar cómo hacer más ejercicio. El colesterol malo está presente en los alimentos fritos, las carnes rojas, mantequilla, embutidos y lácteos con grasa.
Los triglicéridos es otro tipo de grasa que produce el organismo y que se asocia al colesterol porque tener un alto nivel de triglicéridos hace que el colesterol global también se eleve, tanto el bueno como el malo. Y esto suele ser consecuencia de la poca actividad física y una dieta con demasiados hidratos de carbono y alcohol.
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