Cómo los ejercicios de propiocepción pueden ayudarte a sufrir menos lesiones
Los cinco sentidos se completan con un sexto, el que informa al cerebro de cuáles son nuestros movimientos.
Cuando realizamos ejercicio físico se pone en marcha la percepción que nuestro propio cerebro tiene de cada una de nuestras articulaciones. Esto es muy importante, porque si descuidamos nuestra posición podríamos lesionarnos. A la capacidad que tiene el cerebro de maniobrar con nuestro cuerpo, coordinando todas las posiciones de forma automática y conociendo nuestra postura exacta aun con los ojos cerrados, se le llama “propiocepción”, y es una pieza clave del ejercicio físico.
Este sentido de propiocepción es óptimo cuando nuestro cerebro sabe ajustar las variaciones finas de nuestra posición y lo hace con rapidez. Por eso, si es brusco, inexacto o lento en reaccionar, significa que nuestra propiocepción está mal compensada y probablemente tengamos serios problemas posturales y a la larga suframos de graves lesiones.
Esto también tiene mucho que ver con nuestro sentido del equilibrio, que está íntimamente ligado a la propiocepción, y a la coordinación de ambos lados del organismo y las funciones cerebrales del desarrollo emocional, los reflejos y el comportamiento.
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La propiocepción es un sentido más
Sabíamos que disponemos de cinco sentidos, por lo que si ahora pensamos que la propiocepción es un sentido más podríamos llegar a pensar que las cuentas no nos salen. Pero ambas afirmaciones son válidas: los sentidos son cinco, y la propiocepción es uno más.
La vista, oído, tacto, gusto y olfato son sentidos que nos comunican con el exterior de nuestro cuerpo, es decir, son sentidos de exterocepción. Y cuando nos referimos a la propiocepción estamos pidiendo información sobre nuestro propio cuerpo, es un sentido “hacia dentro”.
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Ejercitarlo para minimizar las lesiones
Todos aquellos ejercicios y disciplinas que potencien la coordinación, el equilibrio y que nos pongan a prueba con cambios de superficies son los más indicados para trabajar este sentido y potenciarlo. Dado que la propiocepción es una respuesta automática y no forma parte de una coordinación racional, ejercitarla precisa ponerla a prueba y buscar sus límites. Necesitamos activar los estímulos que generen reacciones reflejas y, de forma progresiva, poner a nuestro cerebro en la tesitura de regular sus ajustes para conseguir una mayor estabilidad, equilibrio y rendimiento.
Ejercita en inestabilidad para ser más estable
El gimnasio nos aporta muchas herramientas muy útiles para trabajar la propiocepción. Son aquellas que nos desestabilizan, todas las superficies irregulares tales como el fitball, bosu, platos basculantes, tableros… O ejercicios basados simplemente en mantenernos en pie sobre una pelota de espuma o ejercitarnos sobre colchonetas con un grosor al que no estamos acostumbrados.
Si hacemos una rutina de ejercicios en la que vayamos racionando la información de la que dispone el cerebro, para ponerle a prueba y hacerle trabajar, estaremos apoyándonos cada vez más en la propiocepción.
Para ello podemos ejercitarnos frente a un espejo, viendo nuestros movimientos y siendo conscientes, luego de espaldas al espejo, y finalmente con los ojos cerrados. Pero la estrella para trabajar la estabilidad es el fitball, que aporta un reto en cada aplicación para situarnos en el espacio, mantener el equilibrio y sentir la posición de nuestro cuerpo.
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