Pierde el miedo a dar tu opinión en público
Si eres de las personas que callan cuando los demás hablan en corrillo en el trabajo o entre amigos, puede que lo hagas por miedo y porque la vergüenza a hablar te atenaza. Si es así puede que sea el momento de luchar contra ese miedo.
Cuando un grupo de amigos o conocidos conversa coloquialmente, siempre hay un par de personas que parecen llevar la voz cantante y son quienes lideran el tema. Es una cuestión natural, no se erigen voluntariamente como moderadores ni como ponentes, pero lo cierto es que su voz suena más que la del resto. En casi cualquier grupo donde está teniendo lugar una conversación, habrá varias personas que comenten aquello de lo que se habla y lo harán con total naturalidad, y habrá quienes permanezcan en silencio, observando a los demás y que asientan, con el mismo derecho que ellos para hablar, pero sin mostrar su opinión.
No hablar cuando estás en un grupo de conocidos que comenta cualquier tema intrascendente puede ser parte de carácter, pero también puede que, simplemente, hoy no tengas ganas de dar tu opinión en una charla que sabes que no tendrá ninguna importancia y que todo el mundo olvidará pasados unos minutos. Tal vez no te guste polemizar, seas una persona que se toma en serio las conversaciones y que hablar por hablar no sea de tu agrado.
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Cualquier motivo para no meter baza en una conversación coloquial entre amigos o conocidos es totalmente lícita, estás en tu derecho de permanecer como espectadora y limitarte a escuchar. Pero, probablemente, eso no sea lo que deseas hacer, y tu silencio se deba al miedo. Si es miedo lo que sientes, piensa en liberarte y en dar un paso adelante, puede que te sientas mejor contigo misma.
Miedo escénico entre amigos
Hablar en público no solo es subir a un escenario a declamar un discurso. Existe otro tipo de miedo escénico más común y rutinario, que se hace fuerte en las conversaciones de barra o junto a la máquina de café del trabajo. Son aquellos momentos en los que existe miedo social a dar nuestra opinión y a que se nos escuche, mientras vemos cómo cada uno de los integrantes del grupo está saltando en paracaídas, tirándose al vacío dando su opinión, uno, otro, y otro. Y es inminente que el turno sea el tuyo. Pero como las conversaciones son dinámicas, si no hablas, se te “pasa el turno”, y el tema ya ha cambiado. Te quedaste sin decir aquello que podrías haber contado.
Puede que las cosas que te guardes, en el fondo, sean muy interesantes. Anécdotas que podrían dar un giro muy rico al tema que se está debatiendo, o incluso aportar un punto de humor. Pero es tu propia voz sonando lo que pretendes evitar y cómo la recibirán los demás. ¿Les parecerá una tontería? ¿Podrían bromear con lo que cuento? ¿Y si realmente esto que digo no tiene mucha relación con el tema que se está hablando y quedo mal? Todas estas preguntas son puro miedo escénico, y lo es porque el miedo adquiere figuras deformadas y extrañas, para asustarnos y meternos debajo de las sábanas.
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Ve a donde vive el miedo y habla con él
Cuando lo que te hace no abrir la boca es el miedo, probablemente se esté dando dentro de ti un debate paralelo al que estás presenciando. Observa en tu interior para ver cómo te sientes cuando tú eres la única persona que aún no ha dicho nada: si eso te hace sentir inferior, si sientes vergüenza porque alguien pudiera haberse dado cuenta... En estas situaciones sí sería aconsejable que tomaras un papel activo y dieras un paso para romper tu silencio.
El primer paso es darte cuenta de que nada de lo que se está hablando en esa conversación es realmente trascendente. Por muy vehementes que sean algunos comentarios, o con mucha lógica aplastante que parecen arrastrar, se trata solo de personas pasando el rato, hablando de lo primero que ha pasado por sus cabezas. No tienes por qué estar a la altura de un discurso de aceptación del Nobel. Y, aunque así fuera, nadie va a juzgarte con una bara de medir distinta.
La mejor forma de atajar el miedo es ir a por él, y hablar. Retomando el ejemplo del paracaídas: tirarte y a ver qué pasa. Todos los que parecen no temer dar su opinión en una conversación tienen el mismo miedo al rechazo, el ego es un como un globo muy frágil, que en cualquier momento puede pincharse, deshincharse y hacerse pequeñito. Lo único que diferencia a quienes no paran de dar su opinión de quienes callan es la importancia que le conceden a este acto: si logras ver que hablar no es más que eso, que las conversaciones no tienen porqué marcar tu destino, y que cuanto más participes (más te tires del paracaídas) más fácil te resultará hacerlo y más divertido será; entonces estarás dando un primer paso paras salir de tu zona de confort y dejar de mantener ese monólogo interior que te hace sentir inferior.
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