Mantén los pensamientos negativos lejos de ti

Aquello que nos preocupa puede acabar convirtiéndose en una bestia negra si no somos capaces de luchar contra los pensamientos negativos que, en buena parte, solo están en nuestra cabeza.

Por Cristina Soria

Los pensamientos negativos actúan como un ovillo del que tiramos, lo deshacemos y acaba por atraparnos. Una vez que tiramos del fino hilo de aquello que nos preocupa, la montaña de conjeturas, reproches y angustias se hace mayor a cada rato. Así, el monstruo crece a base de aquello que desconocemos y que nos produce inquietud, cobrando formas misteriosas y bebiendo de nuestras dudas y de la necesidad de buscar una solución sin disponer de la información necesaria, poniéndonos en lo peor.

Identifica cuando estás dejándote llevar por la negatividad

Lo primero que cabría preguntarnos es si somos conscientes de que estamos teniendo pensamientos negativos cuando tenemos la opción de encauzar nuestras ideas. Ante un problema o una preocupación, es lícito y muy saludable que tomemos parte activamente de nuestro conflicto, pensando en qué ocurre y cómo solucionarlo. Los pensamientos, en este caso, pueden fluir o hacia soluciones concretas, o hacia pensamientos negativos que nos bloqueen.

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Para diferenciar entre uno y otro pensamiento es útil tener en cuenta que los pensamientos positivos son directos y, hasta cierto punto, placenteros, porque una vez que determinamos qué ocurre y cómo solucionarlo, dejamos de pensar en ello y solo nos queda el sentimiento subconsciente de que algo se está solventando. Esto podría describirse como cierta esperanza en que la visión que tenemos sea correcta y confianza en que todo saldrá bien.

Sin embargo, los pensamientos negativos son aquellos que pueden estar bullendo en nuestra mente durante horas: los que entablan un debate contigo misma y que da vueltas una y otra vez sobre cuestiones poco o nada prácticas. Por eso, los pensamientos negativos son tan dañinos, porque probablemente no estén bien fundados, y porque nos sumergen en una inquietud muy desagradable. Se trata de un tipo de intranquilidad que nos hace sufrir y que, inevitablemente, nos restará energía y visión para solucionar los problemas reales.

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Pide ayuda y comparte tus pensamientos

Cuando no seas capaz de frenar estos pensamientos y sientas que inicias un debate contigo misma sobre lo que te preocupa, procura sacar esa conversación fuera de ti. Que sea otra persona la que presencia tu línea de pensamiento, y que pueda aportar otro punto de vista sobre aquello que te preocupa. 

Probablemente, el mero hecho de exteriorizar tus problemas ya los haga más pequeños, y ciertos pensamientos negativos pierdan algo de valor cuando sonn pronunciados en alto. Aun así, tu interlocutor puede aportar siempre una visión más fresca y pragmática de aquello que te ocurre, y debes aprovecharlo siempre que puedas.

Busca una válvula de escape

Una forma muy interesante de frenar estos pensamientos negativos y refrescar tu mente es entretenerte con cualquier otra cosa que te facilite alejarte de los problemas y coger otro enfoque. Dar un paseo puede ser una solución muy accesible: puedes caminar, detenerte en mirar a las personas, y aprovechar que estás rodeada de gente para conversar sobre cualquier cosa, en la cola de la panadería, en el parque… 

Cuando mantienes conversaciones triviales con desconocidos, y ves pasar la rutina de tu ciudad delante de ti, probablemente estés consiguiendo coger distancia con tus propios problemas, para afrontarlos con menos apasionamiento, y con una mirada más positiva. Ten en cuenta que la mayoría de los problemas que nos acucian tienen que ver con personas que creemos que pueden tener algo en contra de nosotros, o situaciones que no hemos sabido gestionar y que nos sobrepasan. 

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Nada está perdido, todo tiene solución

Recuerda que no hay casi ningún problema o situación que no pueda solucionarse conversando y que, probablemente, hasta quienes creemos en nuestra contra, o quienes tienen la llave para la solución de nuestros problemas, podrían no estar tan lejos de nuestras posiciones si conseguimos explicar qué sentimos, qué pretendemos y qué podemos tener en común. Recuerda la frase hecha “hablando se entiende la gente”, practícalo y verás cómo los problemas son pocos y muy pequeños, pero rehuye de hablar contigo misma y de caer en soliloquios profundos que te se separen de la realidad y te encierren en una torre de negatividad.

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