Cómo educar la inteligencia emocional en los niños
Aprender a identificar y gestionar las emociones les permitirá relacionarse con su entono de una manera más eficiente
La educación de los más pequeños se ha basado, durante años, en inculcarles un saber estar, enseñarles a comer correctamente, a hablar respetuosamente y proporcionarles un aprendizaje escolar basado en la razón y los valores. Sin embargo, desde hace tiempo está cobrando mucha importancia otro tipo de educación, la llamada emocional, basada en lo que sentimos. Si bien es un término que se asocia a la psicología y que se ha vuelto vital en la edad adulta -con el fin de reaprender a gestionar nuestro interior para relacionarnos mejor con nuestros entornos, desde el laboral al personal- es un campo que cada vez cobra mayor relevancia en los niños.
Si desde la infancia se inculcan y potencian una serie de capacidades emocionales, cuando se llega a la madurez es algo que la persona tiene interiorizado y no se ve en la necesidad de reaprender, sino que forma parte de su conciencia individual. Un camino recorrido desde la niñez que permitirá afrontar con mayor responsabilidad y atención las dificultades de la edad adulta.
De esta manera, son muchos los programas educativos que ya están poniendo el foco en que los más pequeños desarrollen capacidades emocionales, sepan identificar y verbalizar qué les ocurre y entiendan de una manera más saludable las circunstancias que les rodean. Sin embargo, es en el hogar donde los niños podrán aprender de una manera aún más eficaz estas habilidades, pues es para ellos un entorno seguro y lleno de referentes. ¿Cómo ayudar a tu hijo a que desarrolle la inteligencia emocional? Toma nota de algunas claves.
Permitir las emociones
Reír, llorar, tener miedo o sentirse tristes. Es importante que tu hijo sienta el hogar familiar como un entrono libre y sin juicio para poder expresar sus emociones. Un error muy común es filtrar lo que el pequeño siente a través de nuestra conciencia adulta. Sus miedos nos pueden parecer absurdos y, como consecuencia, les restamos abiertamente importancia, cuando lo correcto sería escuchar, legitimar su temor y ayudarle. En el caso contrario, dejará de expresarlos por desconfianza a que no esté bien.
Reconocer las emociones
Antes de poder expresar, debemos conocer. A partir de los dos años ya podemos empezar a trabajar con ellos en este terreno, a través de juegos, por ejemplo. Que sepan identificar una cara triste o una cara alegre con su emoción correspondiente, a través de dibujos, de películas, etc. Además, del mismo modo se puede fomentar a través de la comunicación, preguntándoles cómo se sienten o cómo les ha hecho sentir una determinada situación. A partir de los cinco años el pequeño podría haber aprendido a dar nombre a sus emociones más básicas y a expresarlas con naturalidad.
Educar la empatía
Una vez trabajadas las emociones propias, es interesante que el niño empiece a entender las de los demás. Esto hará que, por un lado, consiga conectar con el otro, poniéndose en su lugar; por otro, que desarrolle la responsabilidad de sus acciones con respecto a cómo afectan a quien le rodea. Por ejemplo, tras una pelea con su hermano, sería interesante que se escuche, se razone, el 'peque' exprese lo que siente, ponga nombre a la emoción y se planteé cómo se puede sentir la otra parte implicada en el conflicto.
Comunicación, siempre
Es por ello que la comunicación es una herramienta muy eficaz para que tu hijo desarrolle esta faceta. No solo a la hora de permitir que exprese lo que siente sino fomentando una escucha sin interrupciones y activa. Guardar silencio mientras el otro habla, entender y sentir lo que nos quiere decir, identificar qué emoción generan las palabras… todas estas capacidades permitirán que el chico o la chica desarrolle habilidades emocionales, personales y sociales que le ayudarán a afrontar su edad adulta con mayor responsabilidad y a encarar exitosamente situaciones de frustración, tristeza o enfado.