Vivimos en una época en la que los enlaces matrimoniales han bajado significativamente. En España se casan un 56% de parejas menos que en 1965, y al año hay alrededor de 100.000 divorcios. Las nuevas generaciones ya dan por hecho que, de casarse, no tiene por qué ser una promesa para toda la vida.
Bajo este nuevo paradigma, es fácil entender que la monogamia sigue siendo la misma, pero ahora es cíclica, es decir: una larga relación, plena y sincera, que puede acabarse y darse por concluida, conduciéndonos a otra relación igual de completa con otra persona, y tal vez luego a otra. Esa es la razón por la que algunos estudios y cambios legales están replanteando el significado del matrimonio y sus acotaciones temporales.
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Hasta que el acuerdo nos separe
Según un estudio de Satisfaction, (un programa de televisión norteamericano) el 40% de las personas que participaron creen que el matrimonio no debería referirse a la muerte como punto final del amor, sino que es acorde con los tiempos entender el matrimonio como un largo periodo de monogamia y respeto mutuo, que puede llegar a su fin en cualquier momento. Un 56% de los encuestados creen que un matrimonio sigue siendo exitoso cuando ha dado unos años de felicidad, aunque no sea eterno.
En Alemania se propuso al parlamento una reforma del matrimonio civil que tuviera un tiempo de prueba hasta hacerse efectivo. Así, de alguna forma, se estaría restando contundencia al enlace, haciéndolo más progresivo. La propuesta consistía en siete años de matrimonio, y pasado este tiempo los cónyuges podrían decidir si seguir o darlo por finalizado. Sin embargo esta propuesta no llegó a formalizarse.
Otra iniciativa legislativa surgió en México, cuando el PDR ofreció un período menor que en Alemania, de dos años. Esta propuesta tenía el objetivo de ahorrar costes y recursos en los tribunales. Los políticos pensaron que el matrimonio podría disolverse automáticamente de común acuerdo y así solucionar muchos problemas legales sin coste ni litigios.
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Una forma de evitar el dolor de un divorcio
Porque, además, el momento en el que se plantea un divorcio genera un gran desgaste emocional en ambas partes y en sus familias. Esta situación de crisis, cuando genera frustración, incomunicación y rechazo, produce unas heridas y un distanciamiento difíciles de curar. Y eso es especialmente duro cuando existen hijos en la pareja, pues implica que la ex-pareja deberá seguir manteniendo el contacto para siempre.
Según la periodista norteamericana, Vicki Larson, la perspectiva de un divorcio aterra a demasiadas parejas y no les permite siquiera plantearse una ruptura. Sin embargo, si existiera una figura legal que propiciara una separación no traumática, las parejas podrían sentirse más libres de renovar o no su votos, y eso garantizaría una circunstancia más real sobre su amor. Seguiría siendo romántico renovar el matrimonio, pero sería lícito y no se vería como una traición querer zanjarlo. Esto es así, según Larson, porque ahora hay matrimonios que pasan una o dos décadas dejando que la relación se deteriore, pierden el interés, la comunicación se bloquea, la pareja se daña y se genera motivos para que cuando finalmente se separen, la amistad después del matrimonio sea un campo de minas.
Larson se pregunta si el propio hecho de pasar por “evaluaciones” del matrimonio, que den la opción voluntaria a ambos de divorciarse, tal vez nos daría la oportunidad de no dar todo por sentado. Esto podría, no sólo agilizar y flexibilizar los divorcios, sino también poner en valor a la pareja, propiciando actitudes más activas y objetivos a alcanzar a medio plazo. Tal vez así, ¿los matrimonios durarían más?
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